La isla de los egos desatados
Richard Stanley regresa a Sitges tras sobrevivir a Hollywood
El muy particular magnetismo de un festival como el de Sitges se podría sintetizar en una frase: quien ha pasado por Sitges para presentar sus trabajos, alcanzando ya sea la gloria o el rechazo, tarde o temprano vuelve a Sitges. Y, sin pretenderlo, a veces esos regresos al espacio mítico acaban construyendo historias (ejemplarizantes o no) sobre la ascensión y la caída, o sobre el pecado y la redención. En 1996 debutó aquí el canario Elio Quiroga con la muy provocadora e inclasificable Fotos, película que le valió el premio al mejor guion y una mención especial del jurado y que entusiasmó a un Quentin Tarantino presente en la sala, pero que el público habitual del encuentro se tomó a chanza y rechazó con marcada hostilidad. Resultaba, por otra parte, evidente que la película, saludablemente disfuncional hasta decir basta, no gustaba tampoco a sus productores. A partir de ese momento, la carrera cinematográfica de Quiroga no fue precisamente fácil: guadianesca y sin ningún gran éxito de taquilla que permitiera una cierta estabilidad, su filmografía ha estado marcada por el signo de la supervivencia a la intemperie. En la presente edición, diecinueve años después de ese agridulce bautismo de fuego (cruzado), Quiroga vuelve convertido en otro: en buena forma, con cuerpo de ciclista aplicado, y en condición de ganador del premio Minotauro 2015 con su novela “Los que sueñan”, que se ha presentado en el marco del festival: una ambiciosa distopía sobre un futuro donde el volcado de la identidad en espacios virtuales garantiza algo parecido a una inmortalidad controlada. Quiroga, que acaba de completar un documental sobre la figura del cómico pionero Max Linder -”The Mystery of the King of Cinema”-, también tiene corto a concurso en esta edición: “Sirena negra”.
“Viví en mis propias carnes una auténtica película de terror para cineastas”, afirma el sudafricano Richard Stanley. Lo que le ocurrió entre la primera vez que pisó Sitges y su regreso en esta edición fue tan sonado que incluso ha sido objeto de un documental: “Lost Soul: The Doomed Journey of Richard Stanley's Island of Dr. Moreau” de David Gregory. Hagamos memoria: Stanley llegó a Sitges en 1990 de la mano de su pesadilla cyberpunk “Hardware, programado para matar” y recuerda de esos días lejanos haber coincidido con Jon Voight, el impacto que la causó el olimpo de dioses que decoraba el techo del cine Prado y una proyección memorable de “Jason y los Argonautas” (1963) en homenaje a Ray Harryhausen. Estilista del vídeo musical y documentalista itinerante y aventurero -su “Voice of the Moon” registró el temprano ascenso del poder talibán tras el conflicto entre Rusia y Afganistán-, Stanley logró con su “Hardware, programado para matar” captar la atención de los hermanos Weinstein, que se encargaron de distribuir la película en Estados Unidos. La carrera del cineasta emprendió su trayectoria de ascenso hasta que, seis años después, fue reclutado para dirigir la gran producción que casi acabó con él: “La isla del Dr. Moreau”, con Marlon Brando y Val Kilmer en cabeza de reparto.
“Todo lo que podía salir mal, salió mal. El rodaje se puso fuera de control. Hubo muchísimos problemas con los actores. En especial, con Val Kilmer, que estaba en la cúspide de su celebridad tras protagonizar “Batman Forever” (1995) y, además, estaba inmerso en un conflictivo proceso de divorcio. Los productores tomaron la decisión de consentirle todos los caprichos, por extraños que fueran. Exigió, por ejemplo, que le construyeran una casa en un árbol y, cuando empezamos con la primera escena del rodaje, se empeñó en que despidiéramos a un actor que, caracterizado como uno de los monstruos del dr. Moreau, leía en voz alta las páginas de un libro. Su megalomanía tuvo un efecto de contagio y todo el mundo se puso a exigir cosas: desde Marlon Brando hasta Nelson de la Rosa, que era el hombre más pequeño del mundo. Todo el mundo se creía el dueño de la isla”, recuerda Stanley. El director fue despedido a los pocos días de iniciado el rodaje, siendo reemplazado por John Frankenheimer, pero, a partir de ese punto, la historia dio un giro (aún más) delirante.
Aprovechando su complicidad con algunos miembros del equipo, Stanley regresó al rodaje para observar el desarrollo de la catástrofe de cerca, pero... en calidad de figurante/monstruo. La ficha de IMDB le identifica como el Bulldog que se Derrite: “Lo hice porque, en el fondo, me sentía culpable y quería compartir el problema con el resto. Muchos se sentían atrapados en ese infierno. El actor William Hootkins estuvo allí seis meses, trabajando la jornada entera tras las seis horas que se necesitaban para aplicarle el maquillaje. Al final, de su personaje sólo se ve un hombro en un rincón del plano en el montaje final. Después de eso, necesitó tratamiento psiquiátrico. A mí me resultó imposible conseguir otro trabajo en los siguientes veinte años. Tampoco resistó John Frankenheimer: tuvo una crisis nerviosa y nunca se me olvidará ver cómo el actor David Thewlis iba dando vuelta alrededor de su figura demolida mientras le chillaba: “¡¡Venga, rómpete, rómpete!!”. Realmente, Hollywood es una máquina de destruir personas”.
Pese a definir ese rodaje infernal cmo una feroz Hoguera de las Vanidades, Stanley conserva un muy buen recuerdo de Marlo Brando, que se sumó al proyecto bajo la seducción del guión escrito por el cineasta. Un guión que, más tarde, los productores masacraron en sucesivas reescrituras. “Brando fue un caballero”, señala Stanley, “y en ese momento tenía problemas mucho más graves que los que me golpeaban a mí: su hija se había suicidado y su hijo cumplía condena. Con todo, al ver que habían destrozado el guión, decidió divertirse complicándoles la vida a los productores con exigencias absurdas. Pidió, por ejemplo, rodar una escena con un cubo en la cabeza”. El director espera dejar definitivamente atrás esos oscuros recuerdos el próximo verano, cuando empiece, según las previsiones, el rodaje de “El color que cayó del espacio”, según el relato de H.P. Lovecraft, con producción de Elijah Wood: “El cine nunca ha hecho justicia a Lovecraft. Siempre se le ha considerado material para divertimentos de serie B cuando hubiese merecido a un Kubrick o a un Tarkovsky. Yo lo haré lo mejor que pueda”.
Babelia
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