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Utreros de saldo y toreros tristes en la última novillada del año en Madrid

Una becerrada vergonzosa dejó en evidencia al equipo veterinario de la plaza más importante

Una tarde de lo más anodina, de ganado infame por presencia y esencia fue lo que dio de sí el triste y gris espectáculo de ayer en Las Ventas, en la que no puede anotarse ni el más mínimo detalle destacable a pesar de la ovación con que saludaron a cada uno de los toreros, Mario Alcalde, Amor Rodríguez y Alejandro Fermín.

Mario Alcalde: pinchazo y casi entera desprendida (silencio); y pinchazo y estocada (ovación tras aviso). Amor Rodríguez: pinchazo y casi entera tendida (silencio tras aviso); y estocada y descabello (ovación tras aviso). Alejandro Fermín, que sustituía a Manuel Vanegas: media muy tendida (silencio); y estocada (ovación).

Con un cuarto de entrada, en tarde nubosa, se lidiaron dos novillos, -primero y segundo-, de La Dehesilla; uno, -el tercero-, de José Luis Pereda, y tres, -cuarto, quinto, este como sobrero, y sexto-, de Julio de la Puerta, muy justos de presentación, nobles pero descastados, sin raza y en el límite también de las fuerzas. Solo destacó el segundo, aplaudido en el arrastre.

Una novillada infame, a caballo entre el saldo y el desecho de tienta, dejó en evidencia a los veterinarios de la considerada primera plaza del mundo, que aprobaron una becerrada vergonzosa. Los cuatro titulares de Pereda y La Dehesilla no tuvieron la más mínima entidad, muy escurridos y vareados, sin remate y poca cara. ¿Cómo serían los dos que echaron para atrás en el reconocimiento?

El suspenso ganadero continuó también en cuanto al comportamiento de los ¿novillos? que, aunque nobles y sin complicaciones aparentes, apenas se prestaron por lo vacíos que estuvieron por dentro. Solo hubo uno bueno, el segundo, y, para colmo, se fue sin aprovechar.

Si Madrid, el templo del toro serio e íntegro, descuida y rebaja las exigencias que siempre la han caracterizado, mal vamos. La de El Torreón en la pasada Feria de Otoño ya fue el primer toque de atención, pero la de este domingo, ha sido, sin duda, de las peores que se recuerdan.

El escurrido primero fue un manso de solemnidad. Muy abanto de salida, su escasez de raza hizo que se defendiera y protestara también en la muleta. Mario Alcalde anduvo voluntarioso en una labor sin ajuste y poco resolutiva. El cuarto, primer remiendo de Julio de la Puerta, fue un novillo noblote que dejó estar a Alcalde, que volvió a torear despegado, y sin dominar nunca la situación.

Amor Rodríguez no aprovechó las nobles acometidas de su primero, con el que no se acopló en ningún momento. Hubo algunos muletazos sueltos de estimable trazo, pero al conjunto le faltó convicción, colocación, mando y, sobre todo, limpieza. El cariavacado, feo e inválido quinto, de Pereda, fue sustituido por un sobrero de Julio de la Puerta, en las antípodas de lo que estaba siendo la tónica general de la tarde por las hechuras de toro que lució, aunque, para no romper tampoco la dinámica, tuvo las fuerzas justas para aguantar la divisa. Y Rodríguez, que puso mucho empeño, pego pases pero sin decir absolutamente nada.

El primero de Alejandro Fermín fue un auténtico becerro; un animal chico, sin remate y nada ofensivo, que, por si fuera poco, estuvo muy medido de todo. Fermín dejó detalles aislados de cierta pinturería, pero entre la escasa entidad del utrero y su extrema sosería, su labor no acabó de tomar vuelo.

El sexto fue un novillo de insulsa y descompuesta movilidad, con el que Fermín, que sufrió una fea voltereta, se mostró animoso. Los tendidos apenas le prestaron atención, deseosos de que la triste y anodina tarde se acabara de una vez.

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