2015, ¿final de etapa?
Los historiadores creen que algo se está cerrando en España, aunque algunos de sus problemas, como la crisis territorial, son viejos desafíos
Ahora que los historiadores observan un presente que envejece, conviene otear hacia atrás. Aunque el paisaje ha cambiado por completo, no todo es nuevo bajo el sol. El fervor inmobiliario del XXI, uno de los elementos de la crisis económica, ya causó estragos antes, como se aprecia en Especulación (Periférica), el breve y feroz retrato de una población estadounidense corroída por los pelotazos, las hipotecas basura y la codicia en 1929, escrito por Thomas Wolfe. Para situar lo que ocurre en Cataluña en perspectiva es recomendable tener presentes acontecimientos que se desgranan en el ensayo colectivo La Segunda República Española (Pasado y Presente).
El 2 de agosto de 1931 los catalanes varones —las mujeres aún no tenían derecho a votar— apoyaron masivamente el Estatut de Núria, que defendía el federalismo, la autodeterminación y la oficialidad del catalán. El texto fue rebajado en las Cortes de la Segunda República, tras agrios debates, la protesta de 250.000 manifestantes en Barcelona y alguna frase célebre, como la de Ortega y Gasset: “Es un problema que no se puede resolver, que solo se puede conllevar”. Aunque descafeinado para las reivindicaciones catalanas, el hábil equilibrismo de algunos políticos como Manuel Azaña, menos pesimista que el filósofo, salvó uno de los mayores desafíos del incipiente régimen democrático: “El presidente [del Gobierno] razonó que como la independencia o el aplastamiento de Cataluña no eran soluciones viables, lo mejor era ‘conjugar la voluntad autonomista de Cataluña con los intereses permanentes de España dentro del Estado organizado por una República”.
Santos Juliá: “No hay una idea de futuro. Se nos ha terminado el pasado pero sin saber muy bien hacia dónde vamos”
La convivencia fue razonable hasta que cambiaron los políticos. El 6 de octubre de 1934 el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, proclamó el Estado Catalán de la República Federal Española. “La reacción entonces del Estado fue la de mantener el orden constitucional”, recuerda Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea. La insurrección fue efímera y acabó con la suspensión de la autonomía, además del encarcelamiento de Companys y Azaña (que pasaba por allí para asistir a un entierro). “Pero el movimiento social catalanista en aquel momento era republicano y no quería romper con el Estado. Ahora hay una base social muy fuerte que no tiene una conciencia política muy clara, pero sí que culpa a Madrid de sus males. El problema de Cataluña es serio. Excepto en la partición de Chequia y Eslovaquia, los ejemplos de creación de nuevos Estados en Europa después de la Segunda Guerra Mundial no han sido pacíficos”, avisa.
Para Ferran Gallego, profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona, las pasadas elecciones evidencian una fractura nueva: “Leídos como deben leerse, los resultados son aterradores. Expresan la definitiva ruptura de la centralidad del catalanismo y la aparición de dos bloques irreconciliables”. En la raíz de la conversión al independentismo de los catalanistas de clase media sitúa la crisis económica y la desviación de recursos hacia otros territorios españoles.
“La historia nunca se repite, pero las analogías nos ayudan a construir un presente y un futuro mejor”, sostiene Antonio López Vega, biógrafo de Marañón y autor de 1914. El año que cambió la historia (Taurus). La actual suma de crisis (económica, política, institucional, territorial…) tiene precedentes como “el colapso institucional que vivió el país entre 1808 y 1840, que estuvo en el origen de la debilidad de la conformación de la identidad del Estado-nación español; la crisis de 1898, cuando dejó de haber españoles en los dos hemisferios por vez primera en 400 años; la de 1923, cuando la dictadura de Primo de Rivera ponía fin al sistema parlamentario liberal; la Guerra Civil, cuando las dos Españas se aniquilaban, o la dictadura excluyente y represiva del general Franco”.
Cuando el Gobierno central es, o parece, débil y la crisis económica y social es aguda, los catalanes nacionalistas han intentado encontrar su lugar en el sol”, responde Ángel Viñas
Sin embargo, el paisaje, advierten todos los historiadores consultados, ha cambiado: la España de 2015 es una democracia afianzada, integrada en Europa, con una población cualificada (y sin tasas galopantes de analfabetismo) que, por vez primera, goza de un Estado del bienestar (aunque recortado). Santos Juliá introduce también otras distorsiones que impiden las equiparaciones con el pasado: “En el siglo XX las crisis apuntaban hacia un futuro que se veía como una marcha hacia el progreso, la democracia y las libertades. Hoy no hay una idea de futuro. Se nos ha terminado el pasado pero sin saber muy bien hacia qué futuro vamos. Indica una falta de liderazgo que no ocurrió en otras épocas”.
“Cuando el Gobierno central es, o parece, débil y la crisis económica y social es aguda, los catalanes nacionalistas han intentado encontrar su lugar en el sol”, responde desde Bruselas el historiador Ángel Viñas, que recuerda que la Segunda República debió afrontar el separatismo catalán en plena guerra. “Subrepticiamente durante el primer año, con la asunción de competencias extra-estatutarias y el deseo de formar un Ejército catalán, y en 1938, cuando la Generalitat buscó a espaldas del Gobierno un reconocimiento internacional por parte de Inglaterra y Francia, y una paz separada con Franco”.
Un pasado que termina. El adiós a una época. La mayoría de los expertos entrevistados cree que algo se está cerrando. “Seguramente estamos en el fin del ciclo del régimen político de la Transición por varios motivos: el hecho biológico que está jubilando a los políticos protagonistas de entonces, la mala articulación territorial del país, la aparición de nuevas fuerzas o el relevo en la Corona sin fallecer el anterior monarca”, enumera Ana Martínez Rus, coautora de La Segunda República Española. “No solo en España, estamos ante un final de etapa en todo el mundo que ha cambiado mucho desde los setenta”, puntualiza Pedro Ruiz Torres, catedrático de Historia Contemporánea y ex rector de la Universidad de Valencia,“Lo que ocurre es que están terminando cosas que parecen viejas pero no acabamos de ver cómo serán las nuevas”.
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