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Viejos rockeros en La Habana

Alina Sardiñas retrata a los marginados que optaron en Cuba por el rock como filosofía, orgullosos en sus pequeños rincones de su lucha de resistencia

“No sé por qué pienso tanto en la muerte cuando todo en mí quiere vivir”. Tony. La Habana. Marzo de 2024. Retrato del proyecto ‘Light My Fire’.
“No sé por qué pienso tanto en la muerte cuando todo en mí quiere vivir”. Tony. La Habana. Marzo de 2024. Retrato del proyecto ‘Light My Fire’. ALINA SARDIÑAS
Use Lahoz

Cuando conocí a Alina Sardiñas en La Habana en el año 2004, entre los círculos artísticos era conocida como la fotógrafa del Malecón por sus fotografías en blanco y negro sobre esa pasarela curvada en la que chocan la espera y los deseos de la gente. Tiempo después se especializó en retratar los juegos de la calle de los más pequeños. Su amor por La Habana y los temas sociales la llevó en 2019 a empezar un proyecto focalizado en los rockeros de edad avanzada y en cómo han sobrevivido en un país en el que han sido silenciados. Este proyecto tuvo como colofón la exposición Light my fire en el Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño de La Habana. Parecía que la historia culminaba entonces, pero se extendió y sigue más viva que nunca porque con el tiempo se ha convertido en un work in progress que sigue atrayendo a gente de todos los barrios de la ciudad y más allá.

Alina Sardiñas (La Habana, 1969) se ha entregado al ruido silencioso de las habitaciones de rockeros y metaleros para los que la música rock y heavy ha sido pasión, refugio, pilar frente al futuro limitado y predecible y, en algunos casos, condena, y que han sido ellos mismos frente a las normas establecidas y las proclamas pidiendo sacrificio. Toda una exaltación a la valentía (o a la utopía) de mantener la personalidad, la actitud, la ropa. El proyecto Light my fire es, sobre todo, un homenaje a esas contadas personas que a pesar del gesto esquivo de la sociedad y los golpes de la vida mantienen abiertos los canales de la amistad. Son fotografías hechas a personas (consideradas frikis por la mayoría) de más de 50 años en sus cuartos, esa pequeña porción de suelo donde han resistido junto a Elvis, Mick Jagger, Jim Morrison o King Diamond y donde los “otros” no se asoman por miedo a la oveja negra.

Alina Sardiñas ha retratado en esta serie la marginación de los insumisos. Como ella dice: “Es mirar de frente a personas a las que la sociedad, durante mucho tiempo, miró de soslayo. Y si un trabajo me ha puesto delante de la riqueza y la belleza del ser humano ha sido este”.

Son más de 30 rostros y varios años de empeño. Rostros de muchachas y muchachos de entonces —en cuyas arrugas leemos la gracia de la juventud gastada— y de ahora —su presente extendido en el que se empeñan en sobrevivir— que optaron por el rock como filosofía, modelo de “conducta impropia” y forma de vida. Seres que fueron sometidos a la incomprensión social en su momento, y que aún hoy hay quien mira por encima del hombro por su heterodoxia en el vestir y en el pensar, por su escasa aceptación a eso que la convención llama cordura o vivir correctamente en sociedad. No hay rastro de arrepentimiento en su expresión y reivindican la orientación que otorga el optimismo del ruido eterno.

Belkis, La Renegada, fotografiada en Santa Clara en marzo de 2019, sentada en su cama ante pósteres de los Stones y Deep Purple, confesó a Alina: “Somos una secta sin profetas, criaturas domesticadas por el poder, que aún soñamos a escondidas”. Richard, fotografiado en San José en 2018, enteramente guiado y descalzo frente a su colección de botas desvencijadas, dijo: “La vida es el comienzo de la mentira, la muerte el comienzo de la verdad”. Dyango Pulido, en su habitación de La Habana en cuyas paredes no hay un hueco sin una imagen de un grupo de rock, dijo: “Sepan y estén seguros de que el día que la muerte toque a mi puerta estaré escuchando rock & roll”. Octavio AC/DC (así se hacía llamar en su pueblo de Caibarién) aseguró antes de morir: “Si vuelvo a nacer, seré punk”. La pareja formada por Siurad y Roberto fotografiada en Bauta no dudan en afirmar: “Ser rockeros nos ha hecho más humanos”. David Ozzy se quitaría la vida meses después de que Alina le hiciera el retrato en esta misma habitación de Güira de Melena escuchando a su ídolo Ozzy Osbourne.

Tal vez no sean felices, pero no les hace ninguna falta porque son libres en el pequeño rincón donde esperan el cambio, saltando al vacío sentados en su cama, sin arrepentimientos

Nabokov escribió que nunca nadie es jamás tan rico como para revivir su infancia. Estos heroicos rockeros y rockeras se empeñan en mantener su libertad de entonces y una filosofía común: la individualidad, la imposibilidad de ser manipulados. Tal vez no sean felices, pero no les hace ninguna falta porque son libres en el pequeño rincón donde esperan el cambio, saltando al vacío sentados en su cama, sin arrepentimientos, porque sin duda el entorno en el que viven fortalece la confianza en sí mismos.

Son frikis cubanos de La Habana, del extrarradio y de otras provincias que han posado para esta fotógrafa tal como son. Se muestran orgullosos en su deprimido ambiente, abren sus puertas y se presentan sin alardes ni ambages, algunos casi desnudos, porque saben que el móvil de la artista no es la compasión, ni siquiera la aceptación, sino la identificación con ellos en su esencia rebelde y, también, cómo no, la complicidad y el candor. Ese no querer envejecer que algunos tildarán de decadente o patético, no es sino resistencia.

Alina Sardiñas, para quien el trovador Noel Nicola compuso su canción Alina, por ahora se decidió a ejercer la fotografía cuando en una librería de viejo se tropezó con un volumen con fotos de Henri Cartier-Bresson y vio al niño de las botellas de la calle Mouffetard que parecía estar diciéndole: “Mírame e intenta descifrar por qué es tan hermoso este momento”, y así corrió un velo y dejó entrar luz. Una luz presente en los claroscuros de unas habitaciones habitadas por la heterodoxia, la insumisión, la verdad. No es raro que siempre que nos despedimos, Alina me repita lo mismo: “La vida es ahora, allá quien postergue”.

Use Lahoz (Barcelona, 1976) es escritor. Su última novela es Verso suelto (Destino, 2023).


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Sobre la firma

Use Lahoz
Es autor de las novelas 'Los Baldrich', 'La estación perdida', 'Los buenos amigos' o 'Jauja' y del libro de viajes 'París'. Su obra narrativa ha obtenido varios premios. Es profesor en la Universidad Sciences Po de París. Como periodista fue Premio Pica d´Estat 2011. Colabora en El Ojo Crítico de RNE y en EL PAÍS. 'Verso suelto' es su última novela
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