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HAY FESTIVAL DE SEGOVIA

El mundo en una bellota

El escritor peruano radiografia el Hay Festival de Segovia, encuentro de novelistas, intelectuales y políticos

El escritor Antonio Muñoz Molina (i), junto al filósofo Anthony Clifford Grayling (c), conversan con el fundador y director del Hay Festival, Peter Florence, sobre la ética y la filosofía en el mundo actual que se celebra en Segovia.
El escritor Antonio Muñoz Molina (i), junto al filósofo Anthony Clifford Grayling (c), conversan con el fundador y director del Hay Festival, Peter Florence, sobre la ética y la filosofía en el mundo actual que se celebra en Segovia. Aurelio Martín

Segovia, 2006. Creo que el señor bajito a mi lado en el bar es Martin Amis. No, no lo creo. Estoy seguro. Se ve idéntico a las fotos que aparecen en los libros de Martin Amis. Esta es mi primera vez en el festival, la primera vez que se celebra en Segovia, y la primera que veo en carne y hueso a escritores como Ian McEwan o el propio Amis. Hasta este momento, yo no tenía constancia de que existiesen de verdad. Para mí, ellos eran solo un montón de palabras geniales sobre un papel.

 —Señor Amis, he leído su cuento sobre los terroristas del 11-S.

—Ah.

Se está aburriendo. Lo estoy aburriendo. Trato de decir algo inteligente.

—¿Fue difícil escribir sobre gente tan diferente de usted?

—¿Diferente? —lo dice tan alto que ahora me pregunto si lo he enfadado— Conozco perfectamente a los yihadistas. Yo salí con una musulmana. Y no conseguí acostarme con ella ni una sola vez. Sé qué mundo quiere esa gente. Y me opongo.

Después de su sentencia, me da la espalda y se va.

Yo alucino.

He hablado con Martin Amis.

Hay-on-Wye, 2008. Cherie Blair está contando cómo concibió a su último hijo. En cierto modo, la culpa fue de Su Majestad la Reina Isabel.

La historia empezó cuando Tony Blair, flamante primer ministro del Reino Unido, y su esposa visitaron por primera vez Balmoral, el palacio de verano de la Reina. Como hace la gente normal, los Blair dejaron su equipaje en la habitación y bajaron a saludar a su anfitriona. Al regresar a su cuarto, descubrieron que los mayordomos reales habían abierto sus maletas y ordenado sus pertenencias. Era el protocolo. Llevaba haciéndose así durante siglos.

Pero Cherie Blair no lo sabía. Ella solo pensó: “¡Oh, Dios! ¡Los mayordomos han visto nuestros condones!”.

Por pudor, en su siguiente visita a Balmoral, los Blair no llevaron preservativos. Su hijo nació nueve meses después.

Llevo todo el día escuchando historias como esta. E ideas. He visto a Christopher Hitchens repartir whisky a la hora del desayuno. A Naomi Klein desafiar al orden económico. A Gore Vidal burlarse de George Bush.

Hay-on-Wye, el pueblo galés donde el festival nació antes de convertirse en un fenómeno internacional, posee la mayor cantidad de librerías per cápita en el mundo. Pero en los días del festival, también ostenta la mayor densidad de escritores. Es como si el mundo se hubiese concentrado justo aquí, en estos verdes prados, entre ovejitas y pasteles de carne.

Xalapa, 2011. Antes de llegar al primer Hay mexicano, he hecho una gira por este país. Es el peor año de la guerra contra las drogas del presidente Calderón. Los muertos se cuentan por decenas de miles. En D.F., los narcos arrojaron a la autovía varias cabezas sin cuerpos. En algunas otras ciudades, han arrojado cuerpos enteros. Montones de cadáveres atascando el tráfico, solo para dejar claro quién tiene el poder.

El festival de Xalapa se celebra con guardias armados en cada rincón. Aún así, la gente asiste a las charlas masivamente como una señal de resistencia, una afirmación de que sigue viva entre tanta muerte.

Una noche toca Molotov, y su concierto suena como un grito de rabia. Salgo de ahí excitado y termino en una discoteca con algunos empleados del Ayuntamiento asignados al festival. Sólo que al llegar, algo extraño flota en el aire. No se oyen voces. Los únicos asistentes somos nosotros y un par de chicas que vegetan en la barra. Alguien me explica:

—Hoy hay redada policial. Y todos saben que este local es propiedad de narcos. Se ha corrido la voz de la redada y nadie ha querido venir.

Frustrados, regresamos al restaurante donde se reúnen los invitados del festival. Me siento en una mesa junto a un señor con aspecto de inversionista que resulta ser el gran ensayista liberal Niall Ferguson. Cuando voy a contarle lo que nos ha pasado, uno de los chicos del Ayuntamiento me suplica en español:

—Por favor. No se lo diga. Los gringos se asustan más.

Segovia, 2015. Vuelvo a la ciudad de mi primer Hay. Ya es el décimo. En una década, los invitados a las distintas ediciones de este festival global hemos compartido un planeta en ebullición. Y aquí seguimos.

Durante un fin de semana, en esta pequeña ciudad se dan cita novelistas populares como María Dueñas, intelectuales de la talla de Antonio Muñoz Molina, grandes cronistas como Emmanuel Carrère y Martín Caparrós, políticos como Nick Clegg, escritores como Manuel Gutiérrez Aragón, charlas sobre arquitectura, ciclos de cine israelí, alemán y árabe... Yo hablo con mi propio padre sobre el poder y los libros en América Latina. En estos tres días, historias e ideas de todo el mundo se ponen a dialogar.

Con su alcázar, sus mezquitas, su judería y su catedral, Segovia representa perfectamente la España en que convivían todas las culturas. En días de Hay, cuando el mundo se reúne aquí, ese viejo espíritu renace, justo para un siglo que lo necesita más que nunca.

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