Los cromosomas del periodismo
El castellano tiene la necesidad de llenar los espacios vacíos que su genio no ha colmado
La expresión es de Álex Grijelmo: el periodismo tiene unos cromosomas, una composición genética que subraya lo que está dentro y lo que queda fuera, lo que se puede hacer con arreglo a un patrón, a un ADN formado por la historia, y aquello que solo puede ser fruto del abigeato lingüístico, que roba y camufla como lengua española lo que el prójimo ha inventado y solo tiene sentido en un sistema diferente al nuestro. Todo ello, de importancia crucial para el periodismo.
Unamuno dijo aquellas nefastas palabras de ¡que inventen ellos!, y a fe que los anglosajones hacen notar la hegemonía mundial de la lengua inglesa en las expresiones del castellano, a uno y otro lado del océano. Pero no nos confundamos, los préstamos, el abigeato culto entre lenguas ha existido y existirá siempre. El que fue director de la Real Academia de la Lengua, Fernando Lázarro Carreter, lo dijo muy claro: “Una lengua que nunca cambiara solo podría hablarse en los cementerios”. El castellano tiene por ello la necesidad de llenar los espacios vacíos, notablemente los de la tecnología, que su genio natural no haya colmado, aunque eso no signifique talibanismo ni aún lingüístico, por lo que no me molestaría en buscarle equivalentes a chip o chat —en lo que difiero de Grijelmo (Defensa Apasionada del Idioma Español)—, término este último que es siempre una charla, pero solo a través de un medio electrónico, con lo que una traducción precisa sería tan anti-periodística como escribir charla por medios electrónicos o por Internet. En estos casos nos moveríamos fuera del ámbito de la composición cromosómica de la lengua, pero no tendríamos otro remedio, lo que tampoco significa que todo valga. Decir downlodear, entre otros muchos, sería ofensivo, porque hay cromosomas suficientes en el español para llenar el hueco: descargar, sin ir más lejos.
No nos confundamos, los préstamos, el abigeato culto entre lenguas ha existido y existirá siempre
Inventemos, como Gabo, cuando dijo que prefería eternitud a eternidad, porque la primera implicaría el tiempo de vida de los interesados, mientras que la fórmula aceptada se prolongaría hasta el fin de los tiempos y, aun siendo grandísimo el elogio, presentaría el grave inconveniente de que no lo podría disfrutar después de muerto el agraciado. Y un caso de fabricación cromosómica impecable, que encontró por fin en los años 90 su camino al diccionario es el mexicanismo ninguneo y su correspondiente verbo ningunear, que hoy son patrimonio de todos los hablantes del español. He ahí los cromosomas en su mejor momento. Pero, igualmente, tampoco estoy diciendo que estos sean por definición infalibles. Con la mejor de las intenciones la Academia homologó en su día güisqui, y el hispanófono siguió pensando que el mejor nombre para el escocés era el que le dieron sus progenitores. Los cromosomas son, por tanto, condición necesaria, pero no siempre suficiente, para que inventemos dentro del sentido común.
¿Tiene derecho el periodista a inventar palabras? A mí me salió el otro día, justamente en esta serie de artículos, humedeces en lugar de humedades, y hubo quien, raudo, presto, célere, me corrigió, mientras que algunos preguntaban simplemente si existía la palabra y otros celebraban su utilización porque les parecía bella y adecuada. Pero pienso que sí, que los periodistas, como cualquier profesional y quizá algo más que la mayoría por razón de su trabajo, pueden probar a ver qué sale, aunque siempre con la caución final de que es el hablante quien dirá la última palabra.
La autoridad, con su obstinación por mandar prueba, sin embargo, a echar su cuarto a espadas. Y lo digo porque han menudeado en el mundo occidental los intentos de ponerle puertas al campo, como cuando en 1980 se adoptó en Colombia la disposición de que ‘todo establecimiento, negocio o servicio abierto al público’ se anunciara en español. Pero me temo que muy pocos se han sentido especialmente concernidos por la norma. Y lo que probablemente es peor, la falta o el mal entendimiento de los cromosomas lleva a autoridades y también periodistas a escribir lo que no entendería ni mi amigo el marciano, el que ha de comprender los periódicos desde el primer día en que llegue a la tierra, como cuando leo en un letrero colgado bien a la vista del público: “… que contamos desde agosto de 2015 con foto de detección móvil… en todos los ejes viales del aeropuerto”. ¿Cómo ha sido que eje vial, con grave caos cromosómico, ha sustituido a carretera o acceso? y ¿qué diablos será eso de la foto de detección móvil?
El desacato a los propios genes no es, en último término, sino complicación innecesaria, lo que he llamado el chip colonial, enfermedad, por otra parte, muy común al periodista latinoamericano. Pero el remedio siempre son los clásicos: “Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala” (Retablo de Maese Pedro, Miguel de Cervantes).
Babelia
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