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‘Las impurezas’ (4): ‘El minimalismo’

Natxo López, guionista de series como '7 vidas' e 'Hispania' continúa su relato de verano. Hoy, la pareja se enfrenta a un matrimonio tedioso

Ilustración de Luis Tinoco.
Ilustración de Luis Tinoco.

Tal y como les había advertido el Párroco, el severo camino del matrimonio era una difícil prueba de fuego. No había discusiones entre ellos porque no se importaban lo suficiente, pero la convivencia alimentó los defectos de cada uno de ellos a ojos del otro. Ella ratificó que su marido era un hombre simplón y sin ambiciones. Él echaba de menos que Ella le mordiera el labio cuando se besaban. Ella quería tener hijos. Él no.

Gracias a la mediación del suegro, Él entró como Gerente Ejecutivo en la Caja de Ahorros. Era un trabajo presencial, fastidioso, pero con un sueldo conveniente del que podían disponer por completo, al no estar atados a hipotecas. Ella había recibido en regalo de bodas un apartamento recién reformado, céntrico y con suficiente espacio para convivir con el servicio sin que su presencia resultara invasiva.

Decidida a tener la experiencia de ser una mujer trabajadora, aceptó postergar la maternidad y abrió una tienda de decoración minimalista a la que empleó dedicación absoluta. Muebles sencillos, pequeños, cucos. El negocio era muy lindo aunque deficitario. Ella descubrió pronto que era precisa su supervisión constante para asegurar que las dependientas cumplían sus obligaciones y que los clientes entendían a qué familia le estaban comprando.

Fueron años de renuncias. Dormían y vivían separados. Se veían por la noche, frente a la cena, se resumían el día. Él le mentía siempre, exagerando sus logros en la Caja, sin que Ella le creyera ni una sola vez. Lo cierto es que el trabajo le sobrepasaba. Era ya evidente que no estaba a la altura del puesto que le habían asignado. Sus subordinados lo sabían y se lo transmitían en el tono de sus respuestas y en los cuchicheos indisimulados.

También estaba el Partido, sí. Pero en el Partido siempre acababa relegado a un segundo plano, con la promesa incierta de que llegaría su momento. Moncho, cazador e hijo de cazadores, era la nueva promesa a la que todos habían decidido encumbrar, poniendo en él las esperanzas de la renovación generacional que ya tocaba. Moncho representaba todo lo contrario que Él, el amigo invisible, un pelele más, obligado a aplaudirle los discursos.

Llegó la época de elecciones y se vino arriba. El deseo irreflexivo de impresionar a su mujer le hizo postularse como candidato a liderar la corporación. Su contrincante de flequillo altivo sonrió divertido al conocer su candidatura. No tenía ninguna oportunidad.

Esa noche Él llegó a casa deseando contarle a Ella lo que había hecho, la valentía que había demostrado. Ella ya conocía su patinazo.

–Eres idiota. Nunca debes postularte; tú no eres ese tipo de hombre.

Él comprendió su error. Se quedó petrificado, hundido; no sabía cómo solucionarlo. Ella le acarició la cabeza.

–Yo me encargo.

Esa noche telefoneó a Moncho, cazador e hijo de cazadores. Se citaron en un hotel discreto. A la mañana siguiente su marido tenía asegurada su continuidad en el Partido.

–Ahora tendremos hijos –dijo Ella al llegar a casa.

–¿Y la tienda de decoración minimalista? –preguntó Él.

A la puta mierda el minimalismo.

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