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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Howl (Aullido)

No crean que somos los únicos en perseguir a un creador. Hubo un tiempo en que se demonizaba a los poetas por desentonar

Berna González Harbour
James Franco, en la película 'Howl (Aullido)'.
James Franco, en la película 'Howl (Aullido)'.

No crean que somos los únicos en perseguir a un creador. Hubo un tiempo en que se demonizaba a los poetas por desentonar. Allen Ginsberg se atrevió a escribir de vagabundos, de hambre, de droga y de sexo homosexual y aún hay quien se pregunta si alcanzó la gloria por su valor literario o por el juicio contra su editor.

Confieso que se me escapó en su momento la película que lleva por título Howl (Aullido), como la obra grande y rabiosa del poeta de la generación beat. Si les pasó lo mismo, corran a verla en TCM. Comprobarán que James Franco es mucho más que el villano pasable de Spiderman en esta era de actualización de superhéroes que vivimos. Bienvenida.

Franco da vida con enorme convicción a un Ginsberg que rompe, que rabia, que se hunde y que conmociona a una generación. Verdad cristalina en tiempos de edulcoración. Pone nombre a la carne de cañón. Y señala con el dedo a una América que se droga, que se arrastra, que se atreve a amar lo que no está pautado, que no oculta nada pero nada tiene que enseñar y que desborda el marco perfecto que poco después desdibujó también Richard Yates.

En el juicio por obscenidad, un destacado crítico del momento es llamado a declarar. Tras escuchar uno de los poemas sobre culos y peyote debe contestar a esta pregunta: ¿cree que esto tiene valor literario? ¿Trascenderá? Y con honestidad, el crítico responde bajo juramento: “No puedo predecirlo, pero le aseguro que este juicio le ayudará a perdurar”. Palabras sabias que he recordado ante lo sucedido en el festival Rototom. Ya no importa que Matisyahu sea sionista o proisraelí, genial o regular. Lo que importa es que un festival ha hecho picadillo el espíritu de libertad. Como lo que importó en 1957 fue el derecho de Ginsberg a hablar de paz y pollas aunque no le gustara a algún fiscal.

Lástima que cierta izquierda se haya puesto a la altura de los censores de Ginsberg que se creyeron dueños de la verdad.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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