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‘Las impurezas’ (1): ‘Los elegidos’

Natxo López, guionista de series como '7 vidas' e 'Hispania' inicia su relato de verano. Hoy, dos protagonistas se besan al final de una fiesta

Ilustración de Luis Tinoco.
Ilustración de Luis Tinoco.

Se besaron sin ganas, porque tocaba hacerlo, porque eran los únicos que quedaban en la fiesta. Hacía rato que la música del radiocasete sonaba repetida. Algunas amigas de Ella todavía bailaban, escoltadas por amigos de Él que aún se mantenían en pie.

El beso les supo extraño. Ella pensó que Él sabía a tabaco. Él, que Ella le mordía demasiado fuerte. Ella daba por sentado que eso era lo adecuado, que los chicos querían que les mordieras para que te consideraran una chica apasionada. A Él lo que en realidad le preocupaba era someter los efluvios de su esófago.

-¿Quieres que vayamos fuera? –Dijo Él.

Ella estaba nerviosa. Los padres de ambos se conocían bien, pero existía la posibilidad de que aquel chico intentara propasarse.

-Bueno –Contestó.

El paseo les reconfortó, la hierba estaba fresca y escaparon del ambiente denso y de los gritos de las chicas con falda a las que intentaban coger en volandas. Caminaron hasta el límite del jardín y se sentaron en el banco. Él encendió un cigarro tratando de resultar interesante.

-Eres muy guapa.

-Qué va.

Él dio otra calada y le ofreció el cigarro. Ella aceptó sin fumar. Sabía que Él intentaría besarla de nuevo y que luego le tocaría los pechos. Es lo que le que hacían los chicos. Y había que pararlos, en las ciudades pequeñas las cosas tienen un ritmo.

Él había mentido; Ella no era guapa. Tampoco Él resultaba atractivo. Ninguno de ellos suplía su falta de hermosura con una personalidad interesante. Eran los del grupo de cola de sus respectivas cuadrillas, los que hacían bulto, los restos de la fiesta que acaban juntos como las impurezas marinas que se depositan al final de la playa.

Ella habría preferido dejarse besar por el organizador del guateque, Moncho, cazador e hijo de cazadores, de flequillo desafiante. A Moncho le habría dejado llegar a donde quisiera. Pero Ella era consciente de su estatus en el grupo y de que esa oportunidad no llegaría.

Él, por su parte, había llegado decidido a besar a cualquier chica de la fiesta que se dejara, preocupado por demostrar de una vez por todas su hombría ante los colegas.

El silencio se apoderaba del momento y ninguno se atrevía a dar ningún paso. De dentro llegaban los ecos desvaídos de un Cara al sol entusiasta y poco afinado. Se miraron a los ojos, pero la luz amarilla de las farolas ocultaba las pupilas. Él trataba de coger fuerzas para hablar.

-¿Quieres pedirme de salir?

-Sí.

-Vale.

Él la besó. La segunda vez fue más fácil, Ella no mordió tanto. Y, en un gesto que habrían de repetir tantas veces, dejó que introdujera su mano entre los botones de la blusa.

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