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OBITUARIO

Robert Conquest, notario de los crímenes soviéticos

Su obra principal, 'El Gran Terror', documentó de forma pionera el horror de las purgas estalinistas

Antonio Elorza
El presidente de EE UU, George W. Bush, impone a Robert Conquest la Medalla Presidencial de la Libertad en 2005.
El presidente de EE UU, George W. Bush, impone a Robert Conquest la Medalla Presidencial de la Libertad en 2005.Evan Vucci (AP)

Fueron vidas inicialmente paralelas, para divergir radicalmente desde los años 40. Robert Conquest y Eric J. Hobsbawn, fallecidos recientemente casi centenarios –el primero hace unos días, Hobsbawm en 2012- habían nacido en el año simbólico de 1917 y durante sus estudios en los años 30 en las universidades de Oxford y Cambridge se afiliaron al Partido Comunista. Después de participar en la Segunda Guerra Mundial, las trayectorias seguirán caminos opuestos. Con todas las reservas propias del caso, Hobsbawm se mantuvo fiel a la valoración positiva de la Revolución soviética. Solo visitó una vez la URSS, a la muerte de Stalin, y por encima de los horrores que hubo de admitir, prefirió –son sus palabras- no traicionar a tantos comunistas que habían sacrificado sus vidas por una causa que a su juicio representaba, a diferencia del capitalismo, el futuro de la humanidad. La visita del joven comunista Conquest a Moscú tuvo lugar durante un episodio particularmente ilustrativo, los grandes procesos de 1937. La estancia en Bulgaria al final de la guerra, siendo testigo del establecimiento de la “democracia popular”, le llevó a un viraje hacia el anticomunismo cuya intensidad se agudizará con el paso del tiempo.

La lealtad al futuro y al compromiso heroico de los comunistas no favoreció demasiado al rigor con el que un gran historiador como Hobsbawm afrontó en diversas ocasiones al sistema soviético, para el cual rechazó la etiqueta de totalitario, ya que a su parecer no llegó a determinar el modo de pensar de los rusos. En la misma línea, separó a Lenin de Stalin, minimizando en ambos casos la importancia de la represión. Tampoco la militancia anticomunista de Conquest propició una evolución positiva de sus análisis, al tiempo que su adscripción política, transitoriamente vinculada al laborismo, se deslizó hacia la extrema derecha de Margaret Thatcher. Aquí el espíritu militante le llevó desde muy pronto a participar en organizaciones entregadas a la contención del comunismo. En el plano académico, las últimas décadas del siglo XX contemplaron su consagración como director del Instituto Hoover en la Universidad de Stanford. En 2005 George Bush Jr. le impuso la Medalla presidencial de la Libertad.

La importancia de Conquest como historiador no es debida lógicamente a las condecoraciones, ni a sus escarceos poéticos y en la ciencia ficción, sino al planteamiento interpretativo que después de unos trabajos menores preside su principal obra, El Gran Terror, la purga de Stalin en los años 30. En 1968, cuando aun estaba lejos la apertura de los archivos en la URSS, el libro permitió entender que los grandes procesos se insertaban en una lógica de represión de masas, determinada por la ideología y causante, según sus estimaciones, de veinte millones de muertos.

 En el mismo año 68, con ocasión de la Primavera de Praga y su represión por Moscú, intelectuales críticos como Jorge Semprún aun suscribían la idea de que aquello era una traición a Lenin: fue un tópico muy difundido, útil para argumentar que habían existido dos comunismos, el bueno de Lenin y los soviets, y el perverso de Stalin. Conquest dejó las cosas claras, por encima de su reconocimiento de las cualidades del “arquitecto del Terror”: incluso en un breve poema satírico: la lógica del aniquilamiento físico de los adversarios se encontraba ya en Lenin, aun cuando su aplicación mortífera por Stalin “se decuplicara” después del asesinato de Kirov.

En 1990 la versión revisada de El Gran Terror incorporó los frutos de una abundante sovietología, con correcciones en cuanto al número de víctimas. La apertura de los archivos en Moscú ha confirmado sus hipótesis. Queda por contrastar la línea de investigación planteada en Cosecha de dolor, de 1986, sobre el genocidio puesto en práctica por Stalin sobre Ucrania, el holodomor, donde Conquest parte de la visión ofrecida por Raphaël Lemkin treinta años antes en sus escritos sobre el tema.

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