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Björk, cambio de ciclo

La artista acaba con un año difícil que anuncia un nuevo comienzo, tras suspender su gira y recibir críticas por su muestra en el MoMA

Mark Horton (WireImage)

La semana pasada, Björk canceló varias fechas de su gira europea con un argumento banal: “Problemas de agenda”. Días después, usó su perfil de Facebook para publicar un breve comunicado con argumentos más elaborados, aunque usar “razones que escapan a mi control” como concepto central para justificar dar carpetazo a un tourcuando todavía quedan fechas importantes resulta, de atenerse a lo literal, bastante críptico.

El texto, escrito por la propia artista y que, a juzgar por su peculiar puntuación, no ha sido revisado, está lleno de claves: su concierto del 7 de agosto en el Wilderness Festival de Oxford, el último antes de suspender la gira, fue uno de sus “momentos más sublimes”. Cantar las canciones de Vulnicura, su octavo álbum, ha sido una experiencia “intensa”. Y el “reloj interno”ha marcado el ritmo de este lanzamiento “distinto al de los otros discos”. Es el momento, dice, de dejar que “esta bestia” siga su propio camino. De empezar a componer nuevas canciones. Espera haber reunido los suficientes “puntos de karma”, como para que sus fans no se lo tengan en cuenta. Da la impresión de que está diciendo algo así como: “Mirad, ya está bien de cantar cada noche algo que me duele. Si os parece bien, fenomenal. Si no, lo siento”.

El ciclo de Vulnicura ha sido de lo más accidentado. Comienza con la ruptura con su pareja en 2013; vuelve a Islandia dejando el hogar conyugal de Nueva York. Empieza a trabajar en el disco en 2014. En teoría, con un círculo muy cercano, pero se filtra en enero de 2015, dos meses antes de la fecha prevista. En marzo, coincidiendo con el lanzamiento oficial de un trabajo que ya se ha podido escuchar, se inaugura en el MoMA de Nueva York una retrospectiva de su carrera. Las críticas son casi unánimemente devastadoras. Se califica de “fiasco” o de “ridículamente infantil y tediosa”. Es el sorprendente fin de su eterno romance con la crítica.

Dos días después inicia una serie de siete conciertos en Nueva York. Empieza en el Carnegie Hall. Su voz está en perfecto estado y la prensa se rinde otra vez a la diva. Cambian las tornas y se carga contra el MoMA. Se acusa a la institución de entregarse a lo hipster. El museo se ha comportado como una groupie. Björk es inocente. Todo arreglado. La tranquilidad no dura mucho. Poco después, la prensa estadounidense airea que su exmarido ha presentado una denuncia por la custodia de la hija de ambos.

Desde que anunció el lanzamiento de Vulnicura, Björk lo presentó como una puerta hacia su mundo interior. Con una advertencia: no es el mundo que ella hubiera elegido si le hubieran dado esa opción. Son letras sencillas y directas. Ella misma las definió como “adolescentes”.

La persona y la obra

Es exactamente lo contrario que su anterior trabajo, Biophilia, que era una exploración del universo, de lo externo. En este excava. Y dentro solo hay dos sujetos: “Yo” y “Tú”. Aunque en una muestra de pudor ese “Tú” se convierte en “Él”.

Él es Matthew Barney, su pareja desde 2000, el padre de su segunda hija, Isadora, de 12 años. Un artista estadounidense dos años menor que ella, conocido por las cinco monumentales películas abstractas del ciclo Cremaster, que le ocupó de 1994 a 2004. Pocos meses antes del lanzamiento de Vulnicura, había presentado su última obra, una faraónica película de cinco horas, River of Fundament, en la que había empleado siete años.

Habían roto en 2013. “Todo se hundió. Fue increíblemente doloroso, lo más doloroso que he experimentado en mi vida”, declararía Björk en una entrevista. El álbum, explicó, era una forma de conjurar ese daño. De salir airosa. Y de dar un paso adelante.

En noviembre cumplirá 50 años. A los 11 grabó un disco infantil. Con 20 tuvo su primer hijo, Sidri; con 23 un éxito internacional como vocalista con Birthday, de The Sugarcubes, el grupo islandés que rompió el aislamiento de la isla. Con 28, inició su carrera en solitario con Debut y colocó dos canciones en las listas mundiales. En 1995, publicó la continuación, Post, cuyo cuarto single, Hyperballad, es aún su canción más popular.

Ese es el momento en que se fragua el mito de Björk. Tiene 30 años y es única combinando lo experimental y lo pop. Es capaz de hacer lo extravagante, bello y lo complicado, accesible. Björk parece descubrirlo todo antes que nadie. Entenderlo perfectamente, traducirlo mejor que nadie a un estilo que es personal y universal, experimental y comercial.

Björk ha hecho equipo con Michel Gondry o Alexander McQueen. Rodó con Von Trier una película, Bailar en la oscuridad, con la que ganó la Palma de Oro y el premio a la mejor actriz en Cannes. Musicalmente, ha buscado colaboradores brillantes en el momento en el que más deslumbraban. En los créditos de sus ocho discos, aparecen luminarias como Goldie, Howie B, Tricky, Herbert o Matmos. En Vulnicura le acompañan The Haxan Cloak y Arca, dos músicos electrónicos tan jóvenes como respetados.

Muchos han creído que ellos debían llevarse el mérito de la innovación, que Björk era la interprete, pero sus ayudantes, los autores. “Soy culpable de una cosa: tras ser la única chica en bandas durante 10 años, descubrí por la vía dura que para conseguir que mis ideas se realizaran iba a tener que fingir que eran de ellos, de los hombres. Me volví muy buena en eso”, declaró. Y parecía enfadada.

Y ahora un corte abrupto. El anuncio de un nuevo comienzo. Y todo indica que el objetivo de esta nueva etapa es acabar con ese equívoco. Habrá que esperar para saber cómo.

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