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Europa abierta al barroco español

El Cervantes y la CNTC estrenan en España su proyecto con Calderón y Lope

El actor Fernando Cayo, en Almagro.
El actor Fernando Cayo, en Almagro.

Es casi un ritual religioso en el que los actores Fernando Cayo, Nuria Gallardo y Pepa Pedroche, acompañados por el músico Juan Carlos de Mulder, ofician dando voz a fragmentos fundamentales de la dramaturgia de Calderón de la Barca y Lope de Vega.

La X edición de Olmedo Clásico ha acogido en el Centro de Artes Escénicas San Pedro, el estreno nacional de La voz de nuestros Clásicos, un proyecto puesto en pie entre el Instituto Cervantes y la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), muy humilde en cuanto a formato y muy ambicioso en cuanto a posibles logros y repercusión, ya que a través de un espectáculo, cercano a una lectura dramatizada, sumergen a los espectadores en la emoción y fuerza de los mejores versos teatrales del barroco español, dichos por profesionales muy curtidos en los textos clásicos.

Una propuesta, que cuenta con dirección de Helena Pimenta, al frente desde hace tres años de la CNTC, que ya se ha visto en varias ciudades de Irlanda, Inglaterra y Francia y que tras ser presenta en España, seguirá su periplo europeo por grandes ciudades del viejo continente y se supone que también desarrollará una oferta por ciudades españolas.

En esta velada teatral, que siempre cuenta al finalizar con un encuentro entre actores y público, se ofrecen fragmentos significativos de títulos emblemáticos del Siglo de Oro español, como son La vida es sueño y El alcalde de Zalamea, de Calderón de la Barca, y El perro del hortelano, de Lope de Vega.

“Escenificamos un viaje dramático-poético, poniendo el acento en la excelencia del verso hablado, en la palabra, en la elocuencia, en los diferentes géneros y tonos, revelando la actualidad de los temas comunes al hoy y al ayer presentes en los textos escogidos: el amor, la libertad, la manipulación del individuo por el poder, la responsabilidad del gobernante y del padre y, naturalmente, la búsqueda de la felicidad”, apunta Pimenta.

“Nuestra primera experiencia en España ha sido muy intensa, no hay que olvidar que el público estaba formado mayoritariamente por filólogos e hispanistas que conocen al dedillo estos textos, y fue una recepción muy distinta, pero fuera de España todo tiene una emoción especial”, apunta Pepa Pedroche, quien recuerda que entonces el público está formado por españoles que quieren seguir vinculados a la cultura española o gente del país que visitemos, que estudian español. “La sorpresa ha sido que ha ido gente que no tenían vinculación con el Cervantes, y se han interesado por este teatro, que a fin de cuentas tiene la merecida fama que tiene” y añade, “tanto franceses, como irlandeses e ingleses, nos decían ‘no he entendido, pero me he emocionado’”.

El espectáculo cuenta con un completo programa de mano, con todos los textos (los de presentación y los de los autores) en castellano, inglés y francés. Para los actores, entre los cuales también está Jacobo Dicenta que se alterna con Cayo, lo importante es que no es una lectura cualquiera: “Hay ritmo, está nuestra métrica, no se trata de declamar y ya está, además Pimenta ha trabajado mucho la acción al límite, pero desde una atril. Hay un plus añadido a lo que podría ser una lectura dramatizada”.

Cayo recuerda que la experiencia en Toulouse, donde hay muchos exiliados españoles de la guerra civil, y descendientes se veía que los espectadores no sólo oían el lenguaje de sus padres y abuelos, sino que conectaban con sus raíces y muchos lloraban entre el público.

Para los actores este proyecto tiene un objetivo pedagógico que está muy bien fuera de nuestro país y valoran muy positivamente, pero creen que es una fórmula estupenda para llevar a los espacios más diversos:”Deja muy buen sabor de boca, con ganas de que el espectador se interese por esas obras al completo y despierta mucho interés por el teatro clásico. Nosotros somos cuatro personas vestidas de negro y los espectadores deben poner su imaginación; ahí surgen distintos caballos para Rosaura, distintas Zalameas. Aquí no hay nada que transforme y adorne, es la palabra de los autores, y desde la energía del actor hay que ponerse al servicio de Calderón, no del director”.

“Trabajar estos textos, con estos compañeros y un equipo de alto nivel hace que aprendas y sumergirte en esos textos maravillosos es una gozada, no me canso de decir La vida es sueño, te iluminas por dentro, esto es una delicatessen teatral muy bonita y además es algo meditativo”, sostiene Fernando Cayo.

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