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CRÍTICA | UNA DAMA EN PARÍS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Moreau y la moral

Fotograma de 'Una dama en París'
Fotograma de 'Una dama en París'

A propósito de una retrospectiva de Jeanne Moreau en el Instituto Francés de Londres en 1998, Ginette Vincendeau escribía en Sight & Sound que la actriz “fascina principalmente como una imagen de la feminidad, todavía rodeada por un aura sexual a la edad de 70 años. Esta imagen se fundamenta en sus películas de finales de los 50 y los 60 –a pesar del hecho de que era considerada poco fotogénica en comparación con bellezas como Bardot y Deneuve– y su atractivo ha resistido en una industria conocida por su discriminación de edad hacia las mujeres”. El encuentro entre una Moreau ya en la treintena y la energía de la Nouvelle Vague creó un arquetipo inédito: una feminidad asociada a una nueva moral, una sexualidad intelectualizada, un espíritu libre situado en un extraño lugar entre la más temprana madurez y una imparable voracidad vitalista. La Moreau tiene ya 87 años, pero su papel en Una dama en París, su antepenúltima película, deja claro que todo lo que se ha dicho sobre ella sigue siendo tan válido como en la época de Los amantes (1958) de Louis Malle.

UNA DAMA EN PARÍs

Dirección: Ilmar Raag.

Intérpretes: Jeanne Moreau, Laine Mägi, Patrick Pineau, François Beukelaers, Fred Epaud, Claudia Tagbo, Ita Ever, Helle Kuningas, Helene Vannari.

Género: drama. Francia-Bélgica-Estonia, 2012.

Duración: 94 minutos.

Dirigida por el estonio Ilmar Raag, Una dama en París se ajusta a un patrón narrativo previsible: la sempiterna historia del anciano hostil que recorre el arduo camino de la empatía ante su cuidador. No obstante, la película logra demostrar que, a veces, tiene sentido volver a contar lo archisabido, porque el interés está en los detalles: sobre todo, en el personaje de la Moreau, que sigue ejerciendo de reto a la moral consensuada, pero, también, en los heterodoxos detalles que hacen visible, bajo la convención, un mundo insólito de matices y relaciones. De humanísima complejidad, en suma.

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