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FICCIÓN EN CADENA

‘Arrepentimiento (2): La mano tiembla’

Carlos López (Madrid, 1962), guionista de 'El Príncipe', sigue con este 'thriller' que arranca en una habitación de hospital cuando un sicario entra para matar al capo de un cártel

Ilustración de Eduardo Estrada.
Ilustración de Eduardo Estrada.

Rober acaba de descubrir que la nieve cruje al ser pisada. Qué cosas. Cruza la plaza tiritando de frío, porque esta misma mañana estaba en la playa y no tomó la precaución de traer consigo ropa de abrigo suficiente. Antes de entrar en el hospital se baja la visera de la gorra y sube la braga hasta cubrir la punta de la nariz: lo justo para no ser reconocible en las grabaciones de las cámaras de seguridad y que, aún así, el embozo no llame demasiado la atención. Lleva el número de la habitación anotado en la palma de la mano, pero cuando va a consultarlo el sudor ha borrado las dos primeras cifras. Se detiene a estudiar lo que queda del garabato, tiene que sujetarse la mano para que no tiemble. Es un cinco. Un cinco, sí. Quinta planta.

Mañana cumplen dos años de novios. A Mariel la han despedido del supermercado porque se negó a que una anciana devolviese un melón pasado, casi pocho. Mariel tenía razón, el melón estaba bien cuando se lo vendió, pero bastó la queja de la clienta para que la pusieran de patitas en la calle: no van a consentir que por el barrio corra la voz de que las cajeras del súper maltratan a la clientela. No te preocupes, le dijo Rober. Me ha salido un trabajo en Madrid. El fin de semana. Ir y volver. Me pagan el avión y todo. Un videoclip. O un anuncio, algo de eso. Pagan bien. Cuando vuelva tú y yo nos pegamos una comilona y cambiamos de piso. Y de barrio, que ya está bien.

Mariel no le creyó ni media palabra. ¿Tú, en un videoclip? ¿Y te lo tenías callado?

Nunca ha matado a nadie, no, pero le ha tocado hacer cosas más difíciles. Mucho más que matar

Rober sale del ascensor, enfila el pasillo con paso firme, como un familiar cualquiera de un enfermo cualquiera. No mires a nadie a la cara y nadie te mirará. Empuña el arma dentro del bolsillo, a más de un idiota se le ha caído al suelo por sacarla con prisas.

A Rober le tiembla tanto la mano que teme que suenen los huesos con el temblor. No es la primera vez que se vale de una pistola, qué va, pero las otras que usó no tenían balas, sólo le hizo falta mostrarlas para imponer respeto. Hoy es la primera vez que va a disparar contra alguien.

Aprieta bien el gatillo, guárdatela antes de salir, borra las huellas, tírala al río. Rober repite las instrucciones mentalmente, el orden es tan lógico que parece imposible que algo pueda salir mal. Rober es camello en Santa Cruz de La Palma. Nunca ha matado a nadie, no, pero le tocado hacer cosas más difíciles. Mucho más difíciles que matar.

Nada más entrar en la habitación se da de bruces con un tipo que le mira con pasmo. No es él. Cómo va a ser él. Y si lo es no se parece nada a la foto. ¿Es usted Alejandro Espinoza?

No. Creo que es ese de ahí.

Entonces mira a su víctima por primera vez. Un anciano con mascarilla de oxígeno que ronca como un becerro. No se va a resistir. Un trabajo fácil, ¿lo ves? A punto está de quitarle la mascarilla y esperar a que muera, ¿cuánto tardaría? A los pies de la cama, con la pistola sujeta en alto por ambas manos, Rober se arrepiente de haber aceptado el encargo. ¿Y si…?

No lo pienses más. Tac, tac, tac, tac, tac, tac. Seis disparos. Guarda la pistola, sal de ahí. No corras. No corras. No corras. Ya está hecho.

Mañana, capítulo 3, 'La mano tiembla'.

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