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La Fura dels Baus también provoca en América

‘Quartett’, una ópera con una apuesta escénica única, divide al público del Teatro Colón de Buenos Aires

Carlos E. Cué
El montaje de La Fura dels Baus, en Buenos Aires
El montaje de La Fura dels Baus, en Buenos AiresRUDY AMISANO

Es muy difícil encontrar en el siglo XXI un estreno de una ópera a la que asistan tanto el compositor como el director escénico. Es lo que sucedió el martes en el Teatro Colón, la joya de Buenos Aires. Luca Francesconi, el compositor, y Álex Ollé, el más reconocido de los directores de la Fura del Baus, presentaron Quartett, una ópera moderna en un solo acto que no deja indiferente. Basada en el libro Las amistades peligrosas y el ambiente decadente de la nobleza que relata, la ópera, con una apuesta escénica única que se estrenaba así en América, es una auténtica provocación al espectador de principio a fin para relatarle un mundo cruel, despótico y vacío.

Francesconi y Ollé asistieron a lo que se esperaba y le suele suceder a la Fura, que ya ha actuado cuatro veces en el Colón en los últimos cinco años: hubo aplausos, y no los temidos abucheos, pero alrededor de un centenar de personas abandonaron la platea antes de que acabara. Es el público más tradicional del Colón, el que compra el Gran Abono, el más caro, y se pone sus mejores galas para asistir al acontecimiento social que sigue siendo cada estreno en uno de los teatros más bellos del planeta.

El tedio de los ricos

Las escenas en las que los únicos dos protagonistas, la duquesa de Marteuil y el conde de Valmont, semidesnudos, simulan sexo explícito con un libreto lleno de expresiones directas —“qué más ha aprendido usted además de meter su verga en el agujero que le vio nacer”, le pregunta ella— escandalizaron a este grupo más conservador.

Francesconi y Ollé no se inquietan y se quedan con la mayoría que aplaudió. “Hay un público de ópera moderno en argentino que sabe apreciarlo”, dice Ollé. “El público de este país es muy culto, no hay problema”, sentencia Francesconi. Ambos pretenden con su ópera relatar algo más profundo: la soledad, el aislamiento, el tedio de los ricos y ociosos. “Me gustó la idea de esta clase alta que vive de espaldas a todos, y que establece un juego decadente que acaba con la muerte. Es una guerra de sexos, casi canibalismo. Es un espejo de la sociedad, es muy actual”, cuenta Ollé sentado en una butaca del Colón.

Ollé trabajó con Francesconi desde el principio para crear un mundo de sueños e imágenes que inquieta desde el principio. Para lograr la sensación de ese aislamiento de los dos personajes, ajenos e insensibles al mundo y a los sentimientos de cualquiera, incluidas sus conquistas amorosas, Ollé diseño una espectacular caja de dos toneladas suspendida literalmente en medio del escenario y sujetada con 300 cables, una idea que le llegó a través de una imagen de Gaudí, que en su oficina tenía una piedra de una tonelada atada al techo con cables.

Los cantantes no salen de esa celda suspendida en el aire en ningún momento durante la hora y media de la ópera. A su alrededor, un juego de luces e imágenes proyectadas con desiertos tenebrosos y mares encrespados lanza aún con mayor claridad la imagen desoladora de un hombre y una mujer vacíos por la abundancia y el tedio de tenerlo todo. Ollé, acostumbrado a dar vida a óperas de compositores muertos hace 200 años, se entusiasma con el proceso creativo de trabajar con uno vivo. “Con mis ideas él fue adaptando las suyas, creamos tres espacios, el interior que es su cárcel emocional, el exterior que son sus sueños y pesadillas, y un tercer espacio que es la naturaleza. Eso hizo que él pudiera aplicar la composición musical a esos espacios, es un trabajo fantástico y está recorriendo el mundo, algo muy raro para una ópera moderna”. El año que viene irá a Sidney y en 2017 estará en Barcelona, la tierra de Ollé. Pero de momento aún se puede disfrutar en el Colón los días 19, 21 y 23 de junio.

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