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Un monumento dibujado a la Resistencia contra los nazis

La novela 'Hijos de la libertad', de Marc Levy, llega al cómic

Tommaso Koch
Una viñeta de 'Hijos de la libertad'.
Una viñeta de 'Hijos de la libertad'. © Editions Robert Laffont, S.A., Susanna Lea Associates, Paris, 2007

Cuesta creerlo. Y, sin embargo, todos los episodios son reales. Lo dice el propio autor, Marc Levy, así que habrá que fiarse. Incluso cuando el relato del escritor cuenta en Los hijos de la libertad, ahora llevado a la novela gráfica con dibujos de Alain Grand, roza fronteras asombrosas. Así, en las viñetas, un grupo de judíos deportados por los nazis y amontonados en un tren sufre las paradójicas ráfagas de ametralladora de un avión aliado, convencido de atacar un vagón lleno de mercancías. Entonces Raymond Levy, padre de Marc y protagonista de la historia, coge una camisa ensangrentada y la cuelga por una ventana. De milagro, el piloto estadounidense entiende el mensaje y acalla sus disparos. Todos salvos. Aunque, por desgracia, solo es un decir.

Porque, pese a su trazo coloreado y vivo, Los hijos de la libertad (Planeta Cómic) construye en realidad un relato con tintes dramáticos. En sus 162 páginas, reviven las memorias de Raymond Levy, su hermano Claude y la treintena de jóvenes soñadores que conformaron la 35ª brigada y lucharon a golpes de guerrilla y sabotajes contra la ocupación nazi en Toulouse. Con sus satisfacciones y sus victorias, pero también entre encarcelamientos, torturas y muertes. “No es un libro sobre la Resistencia, sino sobre la acción de resistir; no sobre la guerra, sino sobre los destellos de humanidad que estos hombres y mujeres mostraron. Es una novela que trata de coraje, hermandad, libertad y el significado de la palabra ‘amor”, relata el escritor francés.

Todo ello hacía falta en la Francia de 1943, nueva víctima del avance de Hitler en la Segunda Guerra Mundial. Tras la ocupación de los nazis, el país quedó dividido en dos: el norte, bajo la dominación alemana, y el sur, controlado por el gobierno-títere de Vichy. Allí, frente al silencio de muchos y la abierta colaboración de otros, un grupo de niños -en su mayoría extranjeros, de judíos huidos de otros países a españoles refugiados de la Guerra Civil-, decidió plantar cara en Toulouse a las armadas hitlerianas. En Los hijos de la libertad Levy cuenta su día a día a ratos totalmente normal, a ratos en absoluto: una viñeta muestra una cena entre risas, o un enamoramiento, pero una página después hay ejecuciones y explosiones.

Una página de 'Los hijos de la libertad'.
Una página de 'Los hijos de la libertad'.© Editions Robert Laffont, S.A., Susanna Lea Associates, Paris, 2007

La obra original fue un exitazo en su Francia natal. Al fin y al cabo, con superventas como Ojalá fuera cierto (llevado al cine por Mark Waters) o Volver a verte y más de 23 millones de ejemplares vendidos, Levy es uno de los autores franceses más leídos tanto en su país como en el extranjero. Aunque también ha recibido críticas ocasionales por un estilo que rozaría demasiado lo pasteloso y sentimental. El autor descarta contestar a esta cuestión, pero sí jura que no tiene ninguna fórmula áurea para deshornar un superventas tras otro: “No hay una clave para el éxito. Antes de publicar un libro, nunca sé si va a tener un público. Escribir es algo artesanal. Lo que sí intento es expresar ciertos valores que me han sido trasladados por mis historias y personajes. Y mucha gente comparte esos valores”.

En el caso de Los hijos de la libertad, por encima de todo está quizás la dignidad. “Significa defender siempre la parte de humanidad que la vida te ha dado, no rendirse nunca y estar alerta, mantener tu mente y tu corazón abiertos a los demás”, resume Levy. Para respetar tamaño legado de la 35ª brigada, el escritor se volcó en reconstruir su historia paso a paso, hasta el último detalle: estudió archivos y documentos, leyó testimonios y se entrevistó con algunos de los supervivientes. Además, tuvo que comprobar que había hablado con la persona correcta, ya que muchos de ellos tenían varias identidades y nombres. “Fui muy cuidadoso para no traicionar la memoria, las elecciones y la vida de los jóvenes miembros de la Resistencia”, agrega el autor. También se benefició de la ayuda de su tío Claude y de otros dos excomponentes de la brigada, que le contaron sus vivencias y le recomendaron libros.

Marc Levy, en una imagen de 2011.
Marc Levy, en una imagen de 2011.

Pero, ¿por qué tantos esfuerzos si el protagonista principal era su propio progenitor? ¿Por qué no acudir, como en Maus de Art Spiegelman, a las memorias directas de su padre? Simple: porque Raymond Levy no hablaba de ello. “Creo que quería que le amara por el maravilloso padre que era y no por ser un héroe”, afirma el escritor. Hasta el punto de que Levy solo descubrió el pasado de su padre con 23 años: acudió a un homenaje en el que Raymond recibiría la Legión de Honor francesa, sin saber a qué se debía el tributo. Pero un amigo del padre le dejó una tarjeta de visita y un mensaje: “Llámame si quieres saber quién fue tu padre”. Levy llamó. Bingo.

Aun así, el escritor tardó 20 años en escribir esa historia. “No me sentía preparado. Me preocupaba también la reacción de mi padre, ya que siempre había sido tan discreto y humilde respecto a esa parte de su vida”, cuenta Levy. Cuando el libro por fin se publicó, sin embargo, recibió llamadas de supervivientes y de sus familias. Damira, una de las protagonistas de la obra, contactó con él para contarle que justo entonces había recuperado amigos que pensaba que no vería nunca más.

La reacción de su padre, en cambio, fue algo más sintética. “Sonrío y dijo: ‘No recordaba que fue tan duro”. En el fondo, Raymond nunca quiso hablar mucho sobre su pasado. A las palabras, él prefería las acciones. Como los héroes.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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