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feria del libro de madrid 2015
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La trastienda del Retiro

Negocio, amor, sol y sombra, ardillas, poesía y alergias: una visión inusual de la gran cita editorial del año

Una poeta 'de servicio' en mitad de la Feria del Libro de Madrid. El visitante propone y ella dispone, en verso.
Una poeta 'de servicio' en mitad de la Feria del Libro de Madrid. El visitante propone y ella dispone, en verso.samuel sánchez

Les advierto que en las palabras que siguen es probable que detecten cierta algarabía. Al fin y al cabo eso es la Feria de Libro de Madrid: bullicio, vocerío, algarada. Pero también —y fundamentalmente— amor. El cartel del artista Fernando Vicente ya avisaba a los futuros visitantes: el flechazo que recibimos cuando un libro nos atrapa es fulminante. Pero también hay espacio entre los expositores del Retiro madrileño para reivindicar una relación casi sexual con los libros: “Te esperamos con los libros abiertos”, reza el lema de la caseta 89, en la que se instala la Librería Rulfo. Y ciertamente es un recurso amar los libros, que se queden dormidos en la piel de tu vientre como si fueran un amante.

En el backstage de esta feria hay poco espacio para los románticos. El sudor, las cifras y los insectos son las principales preocupaciones de los expositores. Por no hablar de las ágiles ardillas rojas del Parque del Retiro. Mientras realizo una entrevista a la escritora Belén García Abia, uno de estos esquivos roedores me lanza desde su rama predilecta un trozo de piña. Intuyo que no le agrada el tono de mi pregunta. La editora de Errata Naturae, Irene Antón, me insinúa: estas ardillas son inflexibles.

En la caseta 173, que comparten con los Libros del K.O., tienen un antídoto contra el calor: las neveras de playa repletas de refrescos y cervezas frías. Descubro que la editorial comandada por Emilio Sánchez, Álvaro Llorca, Guillermo López y Javier Lafuente acaba de estampar su logo en las camisetas de un equipo de baloncesto femenino: ¡la literatura patrocinando al deporte! ¿De qué extraña manera está girando el mundo?

 El negocio

 En la feria se hace negocio y no únicamente me refiero a la venta de libros. Se reparten anuncios publicitarios de bancos, universidades, librerías de madera hechas a medida, parques naturales; ninguno me resulta tan estimulante como la tarjeta de visita que descubro por casualidad: “Lector a domicilio: poesía, ensayo, teatro, novela, cuento, humor, infantil, viajes, hemeroteca… ¿Le gustaría que le leyese algunas de las creaciones más nobles de la Literatura Universal? Llame al…”.

Otra de las propuestas comerciales de la feria es un balneario. ¿Qué misteriosa relación vinculará a las aguas termales con las letras? ¿Incitará el baño a la lectura? De lo que no cabe duda es de que los balnearios son lugares netamente literarios y así lo demostró Thomas Mann en La montaña mágica, uno de los ochomiles de la literatura mundial.

La gente que lee en bancos es una especie en extinción. Compruebo con cierta tristeza cómo los dispositivos móviles siguen reinando incluso en este templo literario. De alguna manera coincido con el brillante diagnóstico de Jesús Trueba, librero de La Buena Vida (caseta 285): “Lo que tenemos es un público diésel: anda mucho pero consume poco”.

Como en las plazas de toros, en la Feria del Libro de Madrid se cotiza la sombra. A las cinco de la tarde es probable que el sol se desparrame por una de las casetas más interesantes del recinto y aún así, los lectores huyan de ella buscando la confortable y mediocre sombra. No es de extrañar que en el sorteo que se celebra dos meses antes del comienzo de la feria, todos los expositores depositen sus esperanzas en que no les toque el temido sol: la sombra contribuye a vender más libros.

“Lo que más atendemos aquí por regla general son las lipotimias y las reacciones adversas a las alergias”, me expone uno de los auxiliares que está apostado en la ambulancia. Confirmo —tal y como sospechaba por mis ojos llorosos— que la Feria del Libro no es un buen lugar para los alérgicos. Uno los distingue por sus complementos: gafas de sol, pañuelos, botellas de agua… “Rinitis, sinusitis y conjuntivitis son las más frecuentes”, me confirma el auxiliar.

Caigo en la cuenta de lo poco que se diferencian las palabras “alergia” y “alegría”: una erre puede convertir una lágrima en emoción o en estornudo.

He ahí el poder del lenguaje. De la literatura.

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