Internet: Instrucciones de uso
Hay quien piensa que el lenguaje periodístico lo estamos reinventando hoy en Twitter y WhatsApp
Cristóbal Colón inició hace más de 500 años un viaje de desenclavamiento de Europa que posiblemente está concluyendo, aunque solo en una primera fase, con el desarrollo vertiginoso de Internet. Los europeos, portugueses y españoles antes que nadie, salieron al mar tenebroso, el Atlántico, a ver qué había más allá y entraron en contacto con una parte del mundo desconocida para lo que luego se llamaría Occidente. Y ese viaje alcanza hoy una culminación, cuando la última tecnología permite que todo el mundo se conecte con todo el mundo en tiempo real e instantáneo.
La tecnología del chip, el chat y el link, por citar tan solo a su santísima trinidad, no podía sino afectar muy directamente al trabajo periodístico. Veamos algunas de sus aplicaciones. La más obvia es la ampliación del horizonte informativo. El espectro radioeléctrico es inabarcable; todo es susceptible de continuación, de ahí los links, o enlaces con otros textos; la interacción con el lector, que puede opinar, y del que detectamos y contabilizamos las preferencias, para entablar diálogo. Pero mucho más importante es la movilidad: el lector tiene acceso a la información en perpetuo movimiento a través de su celular o móvil, de forma que ni siquiera la comodidad del ordenador o computadora en casa se le pueden comparar; el periodista, al mismo tiempo, ha de responder al momento a las preguntas que suscita en el lector el progreso de la información, como si el periódico se retroalimentara a sí mismo, hasta crear un texto que, en teoría, pudiera no tener fin. Y, no por último sino solo por el momento, la publicación digital, a diferencia del impreso, no puede esperar pasivamente en el quiosco, ni tampoco en el PC, a que la busque el lector, sino que debe tratar de adivinar por donde navega para salir a su encuentro. Como coronación de todo ese trabajo, el reportaje multimedia sería la respuesta conjunta en cuanto que reúne texto, vídeo, foto fija, audio, infografía activa, y tantas otras completudes, para mí aun desconocidas. Pero también hay que ocuparse del trabajo material del periodista.
Leemos en pantalla diferentemente a cómo lo hacemos en el papel. Navegar no es lo mismo que leer un periódico de papel, porque nos movemos de manera mucho más fraccionada, un trozo de aquí, un fragmento de allá, y no siempre acabamos lo que empezamos porque hemos saltado a la comunicación en Twitter, Facebook o donde toque. Y esa dispersión del lector hace que el periodista deba ser mucho más directo, fáctico, y no digamos ya cuando actuamos en esa formidable escuela de estilo que es el Twitter, con el propósito de decir algo inteligible e incluso sugerente en 140 caracteres. Se imponen, por tanto, unas concreciones básicas. Los titulares han de ser directos, contener los términos esenciales de la noticia, o palabras clave de la información. Si ha habido elecciones en el Reino Unido, ambas denominaciones deberán figurar en el título, aunque no nos den el Pulitzer del ingenio por ello, porque así es como llegarán a más lectores, que buscarán precisamente esas referencias. Lo que prima es, por tanto, la nota o información seca, siempre bien construida y titulada, pero lejos del reportaje literaturizante.
Tendríamos,tres periódicos: uno exclusivamente digital, permanentemente renovado; el impreso; y un tercero, digital, pero basado en el anterior
No seamos, con todo, destructores apriorísticos. La calidad se mantiene. En una misma operación digital pueden convivir lo instantáneo, el periódico incesante, rotatorio, de 24 horas al día, renovado constantemente, de game en game, por ejemplo, en un partido de tenis, con una parte más reposada de todo aquello que básicamente merezca un punto y aparte para la comprensión. Este último material será, de otro lado, la piece de resistance de la edición impresa. Eso es exactamente lo que hace un gran periódico británico, que trata de potenciar al máximo la edición inalámbrica mientras mantiene una sola edición impresa de un número relativamente reducido de ejemplares, en la que se exponen las joyas de la corona, aquello que tendríamos que leer cada día para solaz y conocimiento en profundidad de la persona. Tendríamos, idealmente, por tanto, tres periódicos, uno exclusivamente digital, permanentemente renovado; el impreso; y un tercero, digital, pero basado en el anterior, que se renovaría en todo lo imprescindible. Evidentemente, los dos digitales, el instantáneo y el de largo aliento, podrían integrarse en uno solo, operación más cómoda, pero, quizá, de menor consecuencia para el lector.
Hay quien piensa que el lenguaje periodístico lo estamos reinventando hoy en el twitter y en el wasap. Pero yo pondría un límite al libertinaje lingüístico. Hágase todo el despojamiento de lo innecesario que sea posible, azorínese el texto, pero no para que sea más corto, sino más corto porque es mejor. Practíquese la fonetización de términos —ke en lugar de que— de lo que yo huyo, sin embargo, como alma que no quiere que se la lleve el diablo, pero al pasar a la información profesionalizada, recupérese la aristocrática cordura de lo académico. Pero, seguramente, está será una batalla —otra más— perdida.
Y las líneas anteriores son, por supuesto, apenas una apertura de juego, una primera aproximación a una realidad que evoluciona más rápidamente de lo que somos capaces de reseñar. El enfrentamiento entre comunicación —la mayor parte del contenido de las redes— e información —lo que los periódicos, digitales o impresos, pretenden ofrecer— es la batalla por determinar qué tipo de periodismo es el que subsista en este siglo XXI, de la que no vemos todavía caballo ganador. Y, por último, sería injusto no mencionar a dos grandes interlocutores, sin cuyas aportaciones este texto no habría visto la luz: Bernardo Marín, jefe de la web de EL PAÍS; y Mario Tascón, para mí el gran gurú del misterio electromagnético. Seguiremos informando.
Babelia
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