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Crítica | Güeros
Columna
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Verdad y estilo

Esta película logra describir un ataque de pánico con una solución visual eficaz y hermosa

Fotograma de 'Güeros', de Alonso Ruizpalacios.
Fotograma de 'Güeros', de Alonso Ruizpalacios.

En un rincón alejado de la celebración de un estreno cinematográfico, uno de los personajes de esta opera prima sustentada en la perfecta conjunción de verdad y estilo lanza un particular monólogo-exabrupto, que admitiría ser leído a la vez como autocrítica y como combativo manifiesto: “¡Puto cine mexicano! Agarran unos pinches pordioseros y filman en blanco y negro y dicen que ya están haciendo cine de arte. Y los chingados directores, no conformes con la humillación de la Conquista, todavía van al Viejo Continente y le dicen a los críticos franceses que nuestro país no es más que un nido de marranos, rotos, diabéticos, agachados, ratoneros, fraudulentos, traicioneros, malacopa, putañeros, acomplejados y precoces”.

Güeros

Dirección: Alonso Ruizpalacios.

Intérpretes: Tenoch Huerta, Sebastián Aguirre, Ilse Salas, Leonardo Ortizgris, Raúl Briones.

Género: comedia. México, 2014.

Duración: 108 minutos.

Los personajes de Güeros, rodada en blanco y negro con ancho de pantalla académico, no son pinches pordioseros, pero sí las figuras marginales de una generación perdida, huelguistas de una huelga (que no esquiroles) embarcados en un viaje redentor al rescate de dos complementarios ideales románticos: la locutora de una radio libre, temporalmente abducida por el embrujo de un vehemente macho alfa de la revolución en curso, y una legendaria estrella del rock en el umbral de una muerte por cirrosis. Ruizpalacios consigue afirmar una mirada compleja y sensible sobre el limbo de desarraigo e inmadurez que habitan sus personajes. Y lo hace partiendo de la convicción de que el estilo es contenido: aquí cada plano y cada movimiento de cámara tienen la fuerza de una frase literaria transubstanciada en imagen.

Entre otras muchas cosas, Güeros logra describir un ataque de pánico a través de una solución visual tan eficaz como hermosa y aparentemente sencilla, juega a romper su cuarta pared a través de un personaje ocasional, culmina en un monólogo que escala cumbres de emoción para chocar con su anticlímax y revela en Ruizpalacios a un legítimo poeta: es decir, alguien con la serena madurez de quien se sienta a ver pasar los trenes… para sacar conclusiones universales.

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