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LECTURAS DE ESCRITOR

La conquista de México

El conquistador y escritor Bernal Díaz narra en 'La historia verdadera de la conquista de la Nueva España' una aventura descomunal vivida en carne propia

Imagen de Bernal Díaz del Castillo.
Imagen de Bernal Díaz del Castillo.

Son pocos los libros que he leído más de una vez. Anna Karenina, de Tolstói es uno de ellos. También Retrato de un artista adolescente, de Joyce; El otoño del patriarca, de García Márquez; Herzog, de Bellow; Grandes esperanzas, de Dickens; Adiós, muñeca, de Raymond Chandler, y las tragedias de Shakespeare. Si no tuviese más remedio que llevar un solo libro a una isla desierta, elegiría, sin dudarlo un instante, El rey Lear. Lo he leído 10 veces, por lo menos, y espero leerlo 10 más. Toda la vida está ahí.

Pero hay otro libro, menos conocido, que acabo de releer y que quiero recomendar aquí. No es una obra maestra de la literatura, pero tiene que ser la historia más extraordinaria jamás contada, y más aún por ser real. Se llama La historia verdadera de la conquista de la Nueva España, una cronología en primera persona de la conquista del imperio azteca; su autor, Bernal Díaz del Castillo, un soldado español que luchó entre 1519 y 1521 en la tierra hoy conocida como México a las órdenes de Hernán Cortés.

La historia de los 300 espartanos que se enfrentaron a un vasto ejército persa se queda corta comparada con la alocada hazaña de los 500 españoles que, batalla tras batalla, subyugaron a decenas de miles de guerreros, capturaron al emperador Moctezuma (o Montezuma, como le llama Bernal Díaz) y tomaron posesión de su capital, la fantástica ciudad acuática de Tenochtitlán.

El tono del libro es naíf; el estilo, brusco y a veces repetitivo, pero eso sirve para reforzar la autenticidad de una historia que lo tiene todo: política, guerra, heroísmo, traición, ambición, incluso amor, además de un punto macabro que supera cualquier película de terror. Ríos de sangre riegan el relato, historias de sacrificios humanos, corazones arrancados, cuerpos decapitados, manos mutiladas, canibalismo. Bernal Díaz cuenta que en uno de los pueblos subyugado por los guerreros de Moctezuma vio “casas de madera hechas de redes y llenas de indios e indias que tenían dentro encarcelados y a cebo hasta que estuvieran gordos para comer y sacrificar”.

Era como para echar a correr, pero Cortés, tan astuto como audaz, forja alianzas con los caciques de los pueblos oprimidos por los aztecas y persevera en su avance hacia la capital imperial. Sin los aliados indígenas, Cortés y sus soldados jamás hubieran marcado el destino de todo un continente. Pero eso no disminuye la valentía del puñado de españoles bajo su mando. A punto de partir de la costa al interior, después de que Cortés hubiera dado órdenes para hundir los barcos en los que habían llegado, Bernal Díaz escucha a Cortés decirles que debían “vencer todas las batallas y encuentros”. “No teníamos otro socorro ni ayuda sin el de Dios, porque ya no teníamos navíos para ir a Cuba, salvo nuestro buen pelear y corazones fuertes… Todos a una le respondimos que haríamos lo que ordenase, que echada estaba la suerte de la buena ventura, como dijo Julio César sobre el Rubicón”.

Cuando finalmente llegan a las afueras de Tenochtitlán, los españoles saben que, si avanzan y entran en la gran ciudad, lo más seguro es que todos serán masacrados. Pero es demasiado tarde para dar marcha atrás. Entran. Cruzan otro Rubicón. “¿Qué hombres ha habido en el universo”, se pregunta Bernal Díaz, como me preguntaba yo al repasar cada página de su libro, “que tal atrevimiento tuviesen?”.

Julio César no tuvo nunca que librar una batalla en condiciones tan numéricamente desfavorables, como demuestran sus escritos sobre las guerras galas, pero el libro de Bernal Díaz es mucho más que la crónica de una expedición militar. Es el relato de un viaje a un mundo desconocido; suena menos a historia que a ciencia-ficción. El asombro de los españoles ante lo que vieron en tierras mexicanas, y el de los nativos al ver a los españoles por primera vez (“creyeron los indios que el caballo y el caballero era todo uno”), solo es imaginable hoy en caso de que descubriéramos una civilización avanzada en un planeta lejano.

Llegan los españoles al centro de la ciudad, rodeados de multitudes perplejas, y ven “cosas nunca oídas, ni vistas, ni aun soñadas… No sabíamos qué decir o si era verdad lo que por delante parecía”. Encontraron lo que menos se esperaban, una cultura que competía en sofisticación con la europea. “Entre nosotros,” cuenta Bernal Díaz, “hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, en Constantinopla y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien comparada y con tanto concierto y tamaña y llena de gente no habían visto”.

Ni habían visto a nadie como el emperador Moctezuma. “Traíanle del brazo aquellos grandes caciques, debajo de un palo muy riquísimo a maravilla, y la color de plumas verdes con grandes labores de oro, con mucha argentería y perlas y piedras chalchihuís… Venían otros muchos señores delante del gran Montezuma barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas para que no pisase la tierra”.

A su manera tosca, es lo más parecido que he leído a la escena en Antonio y Cleopatra en la que Shakespeare describe la aparición en el Nilo de la reina egipcia en un barco dorado. Pero a diferencia de Shakespeare, que se lo imaginó todo, todo esto Bernal Díaz lo vio con sus propios ojos. “Alucinante” o “delirante” son adjetivos usados hoy con tan vulgar frecuencia que casi han perdido todo valor descriptivo, pero si uno hace un esfuerzo para recuperar su sentido original, no hay palabras más adecuadas para expresar la estupefacción que uno siente al transitar por las páginas de Bernal Díaz. Si uno se traslada a aquel momento de la historia, el de “la verdadera conquista de la nueva España”, si uno sucumbe al rudo encanto del conquistador escritor y se mete en su piel, la recompensa es grande: la aventura más descomunal que va a leer jamás.

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