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El hombre que fue jueves
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pasqual y Eduardo (I)

Lluís Pasqual descubre a De Filippo en su adolescencia viendo 'Matrimonio a la italiana'

Marcos Ordóñez

Noticia: Lluís Pasqual montará un programa doble de Eduardo De Filippo la próxima temporada, en el Lliure. A modo de entremés, el primer acto de Uomo e galantuomo (1922), obra de juventud, y luego La grande magia (1948), posiblemente su pieza maestra. Charlamos sobre su relación con De Filippo, al que Pasqual descubre en su adolescencia, en el cine, viendo Matrimonio a la italiana (Filumena Marturano, 1964), con la Loren y Mastroianni. “Es mi primera imagen de Eduardo”, cuenta. “Algo muy carnal, muy cercano, con olor y sabor a cocina. Y una gran historia. Y mucho, mucho teatro”. A finales de los setenta se instala en Milán y descubre, para su sorpresa, que el teatro de Eduardo apenas se montaba “en el Norte”. Yo estaba convencido, le digo, de que en esa época De Filippo era ya un mito, un mito nacional. “Él sí, pero no sus obras. Cuando Strehler monta La grande magia en 1986 es casi una revolución, porque el Piccolo nunca había hecho nada suyo. Eduardo era popularísimo, pero ‘necesitó’ que le bendijeran en Londres, cuando Laurence Olivier se volvió loco con su teatro, para ser plenamente reconocido en Italia. Hasta entonces se le consideraba, quizás, demasiado ‘costumbrista’. Luego vino París, y el resto de Europa”.

En España se estrena muy espaciadamente. Repasamos algunos montajes: Filomena Marturano en el 47, con Tina Gascó y Fernando Granada; Questi fantasmi (Con derecho a fantasma) diez años después, con Fernán Gómez y Analía Gadé; a finales de los setenta, Antonio Garisa protagoniza Il sindaco del rione Sanitá (Chao, don Antonio Barracano) y vuelve Filomena, con Concha Velasco y Saza, a las órdenes de Plaza. En Cataluña, Bonnin dirige La grande magia en el 88 y Mesalles L’arte della commedia en el 92, pero vuelven a pasar diez años hasta Sabato, domenica e lunedí, el gran éxito de Belbel. Y otros diez hasta los montajes de Oriol Broggi (Natale in casa Cupiello, Questi fantasmi), y el doble retorno (Alfaro, Homar) de L’arte della commedia.

“El teatro de Eduardo”, sigue Pasqual, “se hace con tres decorados, pero no tiene repartos fáciles. Hacen falta muchos colores. Y grandes característicos. Tampoco es sencillo atrapar esa naturalidad que se destila como el álgebra. Encontró su voz muy pronto, en temática y tonos, pero hubo de competir con las modas imperantes: el teatro francés de posguerra, el absurdo… Y con Beckett. Siempre hay un momento en el que aparece Beckett en su obra, como vimos en Le voci di dentro, a cargo de Toni Servillo”. Me cuenta que, siendo ya un mito, el Ayuntamiento de Nápoles le negó su sueño de abrir una escuela de teatro. “Su religión era el teatro. Él era figlio d’arte, hijo de cómicos, del dramaturgo Scarpetta. En Italia, en su época, o eras figlio d’arte o aristócrata, como Visconti o Totó, que en los rodajes exigía el tratamiento de príncipe aunque interpretara a un vagabundo”. Pasqual recuerda la última vez que vio a De Filippo, “en el 84, cuando el 40º aniversario del Piccolo. Le recuerdo subiendo las escaleras del Lírico con una gran dificultad. Y recitando, en napolitano, el último monólogo de Próspero en La tempestad, una despedida que también fue la suya, porque murió muy poco después. Y la enorme, inacabable ovación”. Seguimos hablando del doble programa que prepara para el Lliure. Pero eso ya se lo contaré el próximo jueves.

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