El triunfador fue el toro ‘Turulato’
Antonio Nazaré se cerró la puerta del clamoroso triunfo que le ofrecía su oponente
El toro Turulato, bonito de hechuras, pelo castaño y 546 kilos de peso, fue el triunfador indiscutible de la tarde. No era alelado, como su propio nombre indica, ni estaba turuleco, como la famosa gallina. Turulatoera un toro de una pieza, nacido para embestir y regalar la gloria a quien tuviera la suerte de encontrárselo en una plaza. Embistió con largura en los primeros capotazos, se dejó en el caballo y no destacó porque fue muy mal picado, como suele ser habitual, persiguió en banderillas y se quiso comer la muleta, arrastrando el hocico por el albero, repitiendo una y otra vez, con fijeza y buen tranco. Y así hasta siete tandas por ambas manos. Fue un toro de bandera que ofreció sus orejas en bandeja; sus orejas, un cortijo y el pase para entrar en el sanctasanctórum de las figuras.
El afortunado fue Antonio Nazaré, un joven torero sevillano, con buenas maneras, a quien no es la primera vez que le toca una lotería de este nivel. Pero, como en ocasiones precedentes, se cerró la puerta del clamoroso triunfo que le ofrecía su oponente y cortó una oreja que sabe y sabrá a muy poco.
Muleteó muy bien, gustándose, con las manos bajas, el trazo largo, el toreo en redondo y acompañando el extraordinario son del toro. Basó la faena sobre la mano derecha, y alguna tanda surgió verdaderamente hermosa. Solo una vez tomó la muleta con la zurda, y solo destacó en el pase de pecho. En fin, que su obra no explotó, no fue capaz el torero de convertir la Maestranza en un manicomio, no pintó esa obra de arte que Turulato le ofrecía desinteresadamente. Claro que la diferencia entre los buenos toreros y las figuras de época las marcan los toros como Turulato. Nazaré captó de salida su calidad al recibirlo a la verónica y ganarle terreno en cada capotazo; pero el torero tenía prisa por rubricar con la media en lugar de llegar hasta la boca de riego y poner la plaza boca abajo. Cada cual es preso de su destino.
Y todo esto ocurrió después de que Nazaré fuera atendido en la enfermería de una contusión costal y un varetazo tras una tremenda voltereta que sufrió en su primero cuando trataba de torearlo por naturales. Se salvó de milagro y se levantó maltrecho y dolorido. Ese toro era soso y reservón, y por allí anduvo el torero sin sello y poco que decir.
Quien sí viene con ánimo de contar algunas cosas es Javier Jiménez. Firme y muy asentado, plantó cara a su encastado primero, y, en una décima de segundo, el público vibró. Eso es lo que tiene el hambre de triunfo, que se transmite a la velocidad de la luz. Muy decidido, su toreo tuvo destellos de mando y calidad, solo rotos por dos inoportunos desarmes que licuaron la calidad de su obra. Fue la suya una faena valerosa y arriesgada que no culminó por esas pérdidas de muleta que parecen detalles inapreciables, pero pesan en el ánimo de la gente. Soso y muy flojo resultó el sexto, y el torero se justificó como mejor supo.
Quien pasó desapercibido fue Arturo Saldívar. Sin alegría, con personalidad difuminada y sin argumento, naufragó ante el dificultoso segundo, y despachó, sin más, al muy blando quinto.
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