La censura de nunca acabar
Turquía ha prohibido la exhibición de una película kurda en el festival de Estambul
Las autoridades turcas han prohibido la exhibición de una película kurda en el festival de Estambul. Solidariamente, los autores de las demás películas a concurso retiraron las suyas, con lo que el festival acabó perdiendo fuelle eliminando secciones y hasta el acto oficial de clausura. Aunque ya se ha clausurado el festival, las protestas contra los censores continúan llegando de medio mundo.
Por otro lado, el ministro de cultura ruso ha destituido al director del Teatro Estatal de Ópera y Ballet de Novosibirsk por un versión de la ópera Tannhäuser que ha disgustado a la iglesia ortodoxa rusa por la forma en que se han utilizado símbolos religiosos “que puede ofender a los fieles”.
Son efectos de la censura que nos pueden parecer lejanos pero que también se producen en nuestro país. Por ejemplo, esta semana ha sido destituido de su cargo en la embajada española de Belgrado el diplomático Iñigo Ramírez de Haro porque “sus declaraciones son impropias de un funcionario público que ostenta la representación exterior del Estado”. El comunicado de Asuntos Exteriores se refiere a la farsa teatral Trágala, trágala, que compara con burla nuestra actualidad con el absolutismo del rey felón Fernando VII. Si no se puede prohibir la obra (en cartel hasta el domingo en un teatro municipal de Madrid) se castiga al autor, y en paz. Ramírez de Haro ha comentado que “Ni en el franquismo me hubieran destituido por una obra de teatro”.
Y hablando de reyes, hace apenas un mes el director del Macba de Barcelona pretendió prohibir la escultura de la austríaca Ines Doujak en la que un perro pastor alemán penetra a una mujer (dicen que se trata de la líder laborista boliviana Domitila Barrios de Chúngara), que a su vez penetra a una figura que podría representar al ex rey Juan Carlos. “No es apropiada”, dijo el director, a pesar de que la exposición se titula La bestia y el soberano. Nicorto ni perezosocerró el museo hasta que la presión de otros artistas y hasta del público le obligó a reabrir la exposición y a dimitir.
La jocosa contrapartida es que estas prohibiciones aumentan la curiosidad del público y lo que se pretendió que nadie viera acaba viéndolo más gente de la prevista. Es lo que está sucediendo, al menos aquí, con la gamberra obra de teatro y la feísima escultura del Macba. Parecían lejos los tiempos de la censura pero se ve que no es así. Y no hay que tomárselo a broma.
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