El poderío comercial
Durante alrededor de una hora de Felices 140, séptimo largometraje de Gracia Querejeta, podemos pensar tres cosas al mismo tiempo: las hemos visto mejores, las hemos visto peores y, sobre todo, las hemos visto antes. El engranaje basado en una reunión de amigos de la infancia o la universidad que, en torno a la cuarentena de edad, se reúne durante un tiempo limitado y por una novedosa razón para celebrar, llorar, conmemorar o reflexionar es casi un subgénero dentro del cine generacional desde la fundacional Reencuentro, con Los amigos de Peter quizá como gran hito. Una esencia en la que se enclava de nuevo Felices 140. Y, sin embargo, hay un momento en el que todo gira. Para bien. Para muy bien. Y casi sin necesidad de cambiar de género, a medio camino entre el drama, la comedia negra y la tragedia, la película se eleva gracias a una magnífica idea.
FELICES 140
Dirección: Gracia Querejeta.
Intérpretes: Maribel Verdú, Eduard Fernández, Nora Navas, Antonio de la Torre, Marian Álvarez.
Género: drama. España, 2015.
Duración: 98 minutos.
Estamos ante uno de esos trabajos en los que cuanto menos se sepa de la trama, mejor. Encontrarán lugares donde se cuente el primer giro, incluso donde se atisbe el segundo (en el tráiler, sin ir más lejos), pero es bueno desconocer incluso el motivo que les ha llevado a la casa. Esa primera parte del metraje se ve bien pero sin gozar, porque a, lo mejor, la ambigüedad de los personajes, se contrapone, lo peor, una puesta en escena y un montaje entre esquemáticos y pedestres: ¡el plano del chino en el ordenador!; ¿por qué no un único plano bonito en lugar de dos feos en la presentación de cada personaje rompiendo la cuarta pared?
Pero llega el segundo tramo de la historia y salen a relucir los verdaderos subtextos: el ser humano y la crisis, la ambición, los modos de relacionarnos, la amistad, la fachada personal, la debilidad de unos, la fuerza de otros. Esa media hora final tiene garra, convicción y originalidad. Y algo no demasiado habitual en el cine español: poder comercial. Porque todos nos sentimos concernidos. De todas las edades, de todas las clases sociales. Las buenas personas y también los hijos de perra. O la mezcla de cada uno de ellos, que es lo que quizá seamos (casi) todos.
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