Lo que piensan (y sienten) las mujeres
En el cine de Almodóvar el universo femenino ha brillado siempre con una particular intensidad
En una de esas autoentrevistas que Pedro Almodóvar ha convertido en herramienta para desvelar las intenciones y el entramado referencial de sus películas, el cineasta cometía la coquetería de definirse como un gran director de actrices, al igual que George Cukor. Más allá del gesto narcisista de subrayar ese noble parentesco, lo cierto es que la afirmación estaba cargada de verdad.
Conviene aducir en su descargo que no fue el propio Almodóvar el primero en mencionar la poética de la feminidad del autor de Mujeres (1939) en relación con su cine: el mérito de formular esa intuición pionera correspondió al crítico José Luis Guarner, que en su reseña de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) publicada, en el momento de su estreno, en El Periódico de Cataluña, definía la película como una posible parodia underground de Les Girls (1957) de George Cukor.
En el cine de Almodóvar el universo femenino ha brillado siempre con una particular intensidad, proponiendo una síntesis única entre la capacidad de observación de una neocomedia costumbrista de sustrato contracultural y el arrebato y sentido del exceso de un melodrama que partía de su tradición más barroca para abordar temas contemporáneos y transgredir nuevos tabúes morales. Quizá lo de Almodóvar y las mujeres siempre ha sido una pura cuestión de género. O, más bien, de géneros… cinematográficos. El cineasta manchego se ha convertido, junto a otros autores contemporáneos como Lars Von Trier y Lee Changdong, en uno de los grandes renovadores del melodrama, que ha sido un género que siempre ha crecido bajo el signo de lo femenino. Por otro lado, en casi todas sus películas ha pervivido un eco de la screwball comedy, que fue esa modalidad de la comedia que, en el Hollywood de los años 30 y 40, dio voz, fuerza e independencia a unos personajes femeninos que siempre colisionaban contra la inmadurez masculina… y, en el choque, activaban la capacidad de respuesta del patoso galán.
Lo cierto es que a Almodóvar le han salido películas no menos notables hablando de hombres, incluso de identidades transgenéricas, pero es evidente que en esos trabajos —La ley del deseo (1987), Carne trémula (1997), Hable con ella (2002), La mala educación (2004), La piel que habito (2011)— el tono dominante es el de una asfixiante oscuridad. Son todas ellas películas ásperas, duras, incluso antipáticas… despojadas de la luz, el afecto, la complicidad y el imperativo de supervivencia frente a toda adversidad que su mirada parece asociar al mundo de la mujer.
El monólogo de La voz humana de Jean Cocteau, la crueldad materno-filial de la Sonata de otoño (1978) de Ingmar Bergman, el desamparo sentimental de la protagonista de El permiso maravilloso de Dorothy Parker y el desbordamiento de Ingrid Bergman en Te querré siempre (1954) de Roberto Rossellini son sólo algunas de las referencias que el cine de Almodóvar ha utilizado de manera explícita buscando desvelar el misterio del eterno femenino. Su trayectoria prolonga esos discursos sumando nuevos temas y arquetipos nada miméticos.
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