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El arte electrónico se normaliza

Arco reúne obras de interés que confirman la sintonía con el mercado

Instalación de Analivia Cordeiro, ganadora del premio Arco Beep de arte electrónico de esta edición, en la galería Anita Beckers.
Instalación de Analivia Cordeiro, ganadora del premio Arco Beep de arte electrónico de esta edición, en la galería Anita Beckers.Samuel sánchez

Dos grandes proyecciones en una esquina de la galería alemana Anita Beckers materializan la danza hipnótica de un grupo de bailarinas, cuyos movimientos parecen salidos de un sofisticado programa informático de última generación. Sin embargo se trata de M3X3de 1973, la primera obra de videoarte de Brasil, concebida e interpretada por Analiria Cordeiro, hija de Waldemar Cordeiro, nombre de referencia de la pintura concreta brasileña.

Así que no es de extrañar que la artista —multimedia en el sentido más literal del término— a los 18 años ya estuviera escribiendo el programa informático que guía los movimientos, algo totalmente inédito para la época. “Es un trabajo entre la libertad y las reglas”, asegura Cordeiro, que logró los efectos visuales tan sólo jugando con el contraste durante la grabación. La pieza, representativa tanto de los primeros desarrollos de programación tecnológico-artística como de la evolución de performance y danza moderna, ha ganado el premio Arcoadrid Beep de Arte Electrónico, que reconoce las mejores piezas de este ámbito.

Este premio-adquisición, que llega a su décima edición, representa la natural evolución de una aventura empezada en 1987 con VideoArco, el único espacio especializado en creación electrónica e infográfica del mercado nacional. Desde entonces hasta 2010, Arco tuvo secciones dedicadas a las nuevas expresiones de la creatividad vinculadas a la tecnología, que con los años y la evolución de los medios pasaron a denominarse Arco Electrónico, NetSpace @ Arco, Black Box (en oposición al White Cube del arte más tradicional) y finalmente Expanded Box. “Hemos promovido la difusión del arte electrónico y su introducción en el mercado, durante 20 años y ya no es necesario”, aseguró Carlos Urroz, director de Arco, cuando suprimió la sección. Cuatro años después el arte electrónico y digital sigue siendo un producto minoritario, pero su presencia está más que normalizada.

Lo demuestran las más de 70 obras que se presentaron al premio Araco Beep y la presencia de piezas de gran interés e incluso de una histórica galería de Nueva York exclusivamente dedicada a este ámbito artístico. Se trata de bitforms, que vuelve a Madrid tras unos años de ausencia, organizadora de la gran interacción escenificada de Daniel Canogar en Times Squire hace unos meses, en la que 1.200 personas se arrastraron en el suelo para que el artista las grabara.

En Arco ha vendido un vídeo de aquellos personajes reptantes, que un algoritmo generativo va combinando en tiempo real. En su stand, prueba de la empatía entre el arte digital y el mercado, expone también dos irónicas cámaras de vigilancia enfrentadas de Addie Wagenknecht y las descomposiciones de obras maestras de Rubens a manos de Quayola, que se dio a conocer por convertir El Pensador de Rodin en una escultura digital en movimiento de 12 metros.

Cada vez la tecnología está más presente y a la vez más oculta, como en los trabajos con láser sobre tela de Rubén Grillo en Nogueras Blanchard, que surgen de la fascinante historia del primer espía industrial Samuel Slater, traidor para los ingleses y héroe para los americanos, que en el siglo XVIII exportó a los Estados Unidos la ingeniería de los telares, cuya vinculaciones con la informática ya apuntó Ada Lovelace, autora del primer algoritmo destinado a ser procesado por una máquina. También se oculta el campo electromagnético que hace levitar las esponjas de la misteriosa escultura de Luca Pozzi (galería Enrico Astuni) y la energía que corre por los cables de fibra óptica que Pablo Armesto (Marlborough) convierte en una delicada pintura viva, con una intervención que requiere la precisión de un miniaturista.

A la cita madrileña no falta ninguna de las galerías españolas fieles al arte electrónico, encabezadas por Max Estrella, con Eugenio Ampudia y Rafael Lozano-Hemmer, Adora Calvo con una escultura dotadas de sensores de Anaisa Franco, y Rosa Santos con una instalación de Moisés Mañas, que otorga una nueva fisicidad a un concepto básico del videojuego, la colisión. También hay quien considera la tecnología un eterno fracaso, como el colombiano Icaro Zorbar (Casa Reigner) con Instalación atendida, que requiere su intervención cada cuatro minuto

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