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Muere el chileno Pedro Lemebel, referente de la literatura contestataria

Con poemas, 'performances' y crónicas alzó la voz sobre la pobreza y la homosexualidad El escritor sufría desde hace años de un cáncer de laringe

El escritor, poeta y artista chileno Pedro Lemebel, en agosto de 2009.
El escritor, poeta y artista chileno Pedro Lemebel, en agosto de 2009.Iván Franco (EFE)

Con los pies desnudos bailaron Las Yeguas del Apocalipsis sobre un mapa de América Latina cubierto de cristales rotos. La performance se tituló La conquista de América y conectó –en la sede de la Comisión Chilena de los Derechos Humanos, el 12 de octubre de 1989 – el genocidio español en América Latina con su eco en la dictadura de Pinochet. Pedro Lemebel y su compañero y cómplice artístico, Francisco Casas, fueron cubriendo con sangre propia aquel mapa blanco. Desde ese año hasta 1997, la experiencia en Las Yeguas del Apocalipsis parte en dos su vida.

Lemebel nació en el lodo: en el Zanjón de la Aguada, a orillas del canal que atraviesa Santiago de Chile, con el nombre de Pedro Mardones Lemebel, cuando corría el año 1955. Pese a los orígenes muy humildes, tras una formación profesional en forja del metal, logró estudiar en la Universidad de Chile y licenciarse como profesor de Artes Plásticas. Por transparentar con maquillaje su condición de homosexual, fue despedido de los dos liceos periféricos en que trabajó; por la misma razón, tampoco fue aceptado por la izquierda militante.

Con su obra demostró que era posible ser al mismo tiempo periodista y poeta

En 1986 leyó en una reunión política de la Estación Mapocho su texto más célebre, el manifiesto “Hablo por mi diferencia”, donde dice: “No soy un marica disfrazado de poeta”; donde dice: “No me hable del proletariado, porque ser pobre y maricón es peor”; donde dice: “mi hombría es aceptarme diferente”; donde dice: “no voy a cambiar por el marxismo, que me rechazó tantas veces. Soy más subversivo que usted”. En aquel mismo año publicó su libro de relatos Incontables, fruto de su crecimiento como escritor en talleres de escritoras, los de Pía Barros o Diamela Eltit, en casas particulares, entre jóvenes feministas, al margen de los sistemas oficiales. Tuvo la periferia toda la vida pegada a la piel.

La experiencia en Las Yeguas le empujó a asumirse como escritor. En 1995 publicó su primer libro de crónicas, La esquina es mi corazón, donde ya encontramos esa voz dura y tierna, simple y neobarroca, íntima y pública y política, musical, metropolitana, que siempre encontró en la forma breve su ideal longitud de onda. Leídas en radio o publicadas en revistas y diarios (The Clinic en los últimos años), las crónicas de De perlas y cicatrices (1998) o Adiós mariquita linda (2005), por citar otros dos libros también importantes, demostraron que era posible ser al mismo tiempo periodista y poeta, hablar en primera persona y sobre la primera persona sin perder de vista al otro, a la víctima y al lector. Su literatura se hermana con la de otros escritores que también han hablado por su diferencia, desde el cubano Reinaldo Arenas hasta la española Beatriz Preciado, pasando por el argentino Néstor Perlongher, encontrando siempre nuevas formas para nuevos pozos sin fondo.

Su lenguaje es plástico en todos los sentidos: visual y maleable, maleado, inspira y da forma

“La maricada gitanea la vereda y deviene gesto, deviene beso, deviene ave, aletear de pestaña, ojeada nerviosa por el causeo de cuerpos masculinos, expuestos, marmoleados”, leemos en uno de los textos de Loco afán (crónicas de sudario) (1996). Su lenguaje es plástico en todos los sentidos: visual y maleable, maleado, inspira y da forma. Se adapta a los vaivenes, los estratos, las sutilezas de un estilo y de una ética que, tras la muerte esta madrugada de su autor, perdurará en la memoria colectiva del arte y de la literatura, que unió con su cuerpo como puente.

La causa de su fallecimiento ha sido un largo cáncer de laringe, similar al que mató a Kafka, Pinter y Cavafis, quien escribió: “Nada me retuvo. /Me liberé y fui. / Hacia placeres que estaban / tanto en la realidad como en mi ser, / a través de la noche iluminada. / Y bebí un vino fuerte, como / solo los audaces beben el placer”.

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