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crítica | la conspiración del silencio
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Responsabilidad colectiva

El conocido como 'Segundo proceso de Auschwitz' fue el primero en el que tanto jueces como acusados eran alemanes

Javier Ocaña
Alexander Fehling, en 'La conspiración del silencio'.
Alexander Fehling, en 'La conspiración del silencio'.

“¿Es que quieres que todos los niños alemanes empiecen a preguntarse si sus padres son unos asesinos?”. Pronunciada hacia la mitad de la película, la cuestión, que podría configurarse como el principal argumento en contra de los enemigos de la memoria histórica, la de Alemania o la de cualquier otro lugar gangrenado por su reciente pasado histórico, apunta hacia la esquizofrenia moral de un pueblo. En el año 1958, más de una década después del final de la II Guerra Mundial, aún se podía preguntar a los alemanes por el nombre de Auschwitz sin que apenas nadie supiera que se trataba del mismísimo infierno.

LA CONSPIRACIÓN DEL SILENCIO

Dirección: Giulio Ricciarelli.

Intérpretes: A. Fehling, A. Szymanski.

Género: drama. Alemania, 2014.

Duración: 122 minutos.

Aunque casi igual de perturbador sea que ahora, en 2015, poca gente sepa que hasta principios de los años sesenta el campo de exterminio nazi rondaba el mito y el desconocimiento, pero no la certeza. Por eso, más allá de sus cojeras, son tan reveladoras películas como La conspiración del silencio, debut como director del italoalemán Giulio Ricciarelli.

El conocido históricamente como Segundo proceso de Auschwitz, mucho menos conocido que el de Núremberg, organizado por los aliados, y quizá aún menos que el de Adolf Eichmann, en Jerusalén, con el que casi coincide en el tiempo, fue el primero en el que tanto jueces como acusados eran alemanes, y a su fase de instrucción durante años dedica La conspiración del silencio su relato, centrado en un joven fiscal de Fráncfort cuya mayor virtud para el puesto era que había nacido en 1930, por tanto, con imposibilidad de responsabilidades jurídicas y morales. Algo añeja en la forma (parece un buen simulacro de gran producción de principios de los noventa), y demasiado mecánica en determinados recursos de guion mil veces utilizados (la forma en la que se revela la pista de las facturas del gas Zyclon B), la película se aleja sin embargo de cualquier maniqueísmo, y su carácter excesivamente expositivo tiene una innegable contrapartida: se convierte en profundamente didáctica.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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