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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Amo y señor de las palabras

Así es trabajar con Mario Vargas Llosa como intérprete de sus propios textos teatrales

¿Cómo es trabajar con Mario Vargas Llosa como intérprete de sus propios textos teatrales? No se cumple en él la extendida maledicencia de que, para un director de escena, el mejor autor es el autor muerto ya que no podrá asistir a los ensayos ni dar su parecer sobre si el equipo ha respetado o no el espíritu de su escritura. Todo empezó en 2005, cuando Mario nos propuso a Aitana Sánchez-Gijón y a un servidor subir al escenario del Teatre Romea de Barcelona una selección y adaptación de algunos de los escritores a quien él más admira —Cervantes, Isak Dinesen, Faulkner, Borges, Cortázar—, que llevó por título La verdad de las mentiras. Y, luego, Ménage à trois, que es como decidimos bautizar a nuestra pequeña compañía, reincidió escénicamente con Odiseo y Penélope y Las mil noches y una noche, siempre en adaptación de Mario Vargas Llosa.

Ya desde sus años adolescentes, Mario sintió una fortísima atracción hacia el teatro, ya como autor, ya como intérprete. Y hace ahora justamente una década, con su tarea literaria más que cumplida, decidió saltar al ruedo: no tenía antecedentes como actor, pero sí como amo y señor de las palabras —condición sine qua non para quien decide practicar ese oficio—, sabias palabras de buen orador vertidas en aulas, salas de conferencias e incluso en los mítines que dio como aspirante a la presidencia del Perú.

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Naturalmente, Vargas Llosa, a pesar de sus maneras de eterno galán, no es un consumado actor, pero sí un excelente decidor. Conoce perfectamente la santísima trinidad de la expresión: inventio, dispositio y elocutio. En todo momento sabe exactamente lo que está explicando, y, ¡si por fortuna!, se le escapa de la memoria alguna de las palabras del texto, entonces llega el milagro, ya que asistimos en vivo y en directo a la inmediata sustitución del sustantivo o adjetivo olvidado por otro, tal vez más feliz, recién salido de su horno de fabulador.

No lo pintemos todo de color de rosa: en honor a la verdad debo decir que tanto Aitana como yo, a lo largo de estos años hemos mantenido sangrientas batallas —siempre con fondo sonoro de sonrisas y carcajadas— intentando convencer a nuestro autor de la posible conveniencia de aligerar ciertos pasajes, es decir, de cortar por lo sano. Y era entonces cuando él —con muchísima más teatralidad que cuando actúa— nos insultaba ferozmente tratándonos de censores, inquisidores, devastadores de su libertad de expresión… Y al rato volvía, con toda su blanquísima dentadura, y sentenciaba: “Miren, he estado reflexionando muy seriamente y quizás lleven ustedes algo de razón”. Un personaje encantador.

Con lo del premio Nobel y sus servitudes, Aitana y yo estábamos convencidos de que nuestra aventura con nuestro buen amigo tocaba a su fin. De eso, nada: cuando a finales de noviembre nos pusimos a ensayar con Pedro Casablanc, Marta Poveda y Óscar de la Fuente Los cuentos de la peste, libérrima adaptación de El Decamerón de Boccaccio, Mario canceló todas sus actividades académicas y sociales para dedicar su infinita energía y todo su rigor a ejercer una vez más de comediante. Estrenaremos el día 28 en el Teatro Español de Madrid.

Joan Ollé es el director teatral, responsable del montaje de Los cuentos de la peste.

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