Y los domingos... fiesta del pensar
El catedrático Manuel Cruz presenta la nueva colección de EL PAÍS. Una revisión de los grandes filósofos desde Platón hasta Marx de una manera cercana y sencilla
El filósofo reflexiona sobre cualquier cosa, pero no de cualquier manera. No existen temas específicamente filosóficos, sino un tratamiento filosófico de casi cualquier tema. El filósofo no ve más que los demás (no tiene el equivalente a rayos X en los ojos ni a ningún otro poder extrasensorial): ve lo mismo que todo el mundo, se maneja, al igual que los demás, con las solas herramientas de su razón y su palabra, pero posa su mirada en aspectos que al común de la gente, entretenida en sus afanes y urgencias, le suelen pasar desapercibidos. Y así. De este tipo de consideraciones, familiares para muchos y a las que sin esfuerzo se le podrían sumar otras de parecido tenor, planteadas por clásicos de la filosofía (¿quién no se ha tropezado alguna vez con las citas "todo hombre es filósofo", de Gramsci, "la filosofía enseña a la mosca la salida del frasco", de Wittgenstein, o "la filosofía es un gran caer en la cuenta", de Ortega, por mencionar solo algunas de las más célebres?), se acostumbra a extraer como conclusión destacada la de que el discurso filosófico no es algo abstruso y alejado del mundo real, sino algo perfectamente comprensible y próximo.
La conclusión es correcta en lo sustancial, pero insuficiente. Es verdad, pero no toda la verdad. La filosofía tiene más de destino que de posibilidad, de necesidad más que de opción. En efecto, no se puede no pensar. Lo único que está en nuestras manos es la decisión de hacerlo mejor o peor, por cuenta propia o ajena, de manera crítica o resignándonos al triste papel de ponerle la segunda voz -una especie de eco derrotado- a lo que pasa. Nuestro mundo por entero está amasado de pensamiento, empastado con una espesa argamasa de nociones, valores, ideas y supuestos que le conceden su carácter particular, que provocan que se nos aparezca en la forma en que lo hace, como cargado de sentido o como perfectamente absurdo. Pero tanto una posibilidad como otra -como la infinidad de intermedias que se podría plantear- son declinaciones del pensamiento, derivadas ineludibles de nuestra condición de seres racionales.
Platón a la cabeza
La colección dirigida por Manuel Cruz, Biblioteca Descubrir la Filosofía, hace un repaso de los grandes pensadores de forma sencilla y se ayuda de ejemplos actuales. EL PAÍS se vuelca este mes con la filosofía coincidiendo con su lanzamiento el próximo domingo. El primer tomo está dedicado a Platón y se podrá adquirir con EL PAÍS. Proponemos un concurso en nuestra web para poner a prueba los conocimientos. También queremos hablar de los conceptos filosóficos de una forma diferente. Javier Gomá, Adela Cortina, Ángel Gabilondo, Amelia Varcárcel, Manuel Gutiérrez Aragón y Ángel Cappa protagonizan un encuentro en el hablarán de la relación de la filosofía con aspectos cotidianos. Habrá un debate moderado por la directora de Babelia, Berna González Harbour, con los cinco ponentes. El acto se celebrará el jueves 22 de enero en CaixaForum Madrid. Los vídeos de las intervenciones estarán disponibles en la web de EL PAÍS.
El entrenamiento de un pensador consiste en enfrentarse a dilemas. El filósofo y jurista Javier Gomá propondrá también en la web de EL PAÍS cada martes y viernes un debate, basado en ejemplos actuales, para que los lectores opinen e interactúen . Además invitamos a los internautas a contar cuáles son sus citas filosóficas favoritas a través de las cuentas de El País Promociones en Twitter y Facebook.
En ese sentido, la filosofía ha estado siempre en todas partes porque constituye un elemento básico de lo real. Cuando se dice que hay películas filosóficas, novelas filosóficas, obras de teatro filosóficas o incluso canciones filosóficas (pienso en Franco Battiato, obviamente, pero sin esfuerzo podría mencionar a bastantes más) no se está describiendo una cualidad sino un grado. La actitud, pongamos por caso, del que se proclama de vuelta de todo y desdeña con pseudo-argumentos del tipo: "desengáñate, así funcionan las cosas: todo el mundo va a la suya" a quienes defienden la importancia de la ética en la vida pública, responde a un conjunto de convicciones de fondo tan cargadas de valor como las que afirma despreciar. Lo que le ocurre a semejante individuo es que, tan vergonzante como ignorante, se niega a reconocer y a defender en voz alta la naturaleza de los valores que en la práctica ha escogido.
Las diferencias entre filósofos tienen que ver, en definitiva, con las diferentes realidades en las que han vivido, desde la de la antigua Grecia a la del mundo contemporáneo, y con las actitudes que frente a ellas han ido adoptando. Pero si de todos podemos predicar la común condición de filósofos es porque comparten la voluntad de protagonizar sus existencias desde un determinado punto de vista, el de la inteligencia, y de ofrecer a los lectores de sus textos los materiales para que también puedan hacerlo, esto es, para que puedan correr la misma aventura.
Probablemente en el momento actual, en el que la filosofía más institucionalizada, la que se enseña en institutos y facultades universitarias, está sufriendo los reiterados ataques de unas autoridades educativas poco merecedoras de dicho nombre (de ninguna de las dos palabras que lo componen, en realidad), resulte más conveniente que nunca echar la vista atrás y convocar en nuestra ayuda a quienes nos precedieron en el uso de la palabra y del pensamiento. La lección que extraeremos, la que han ido destilando para nosotros, lectores, los autores de los diferentes volúmenes de la serie cuya publicación inicia EL PAÍS el próximo domingo (especialistas tan acreditados por su conocimiento de los filósofos de los que hablan como por su capacidad para la comunicación), es no solo la de lo que podríamos llamar, parafraseando a Nietzsche, la utilidad de la filosofía para la vida, sino la de que la filosofía en cuanto tal, el pensar mismo, es una fiesta, un fogonazo de luz en medio de la cerrada noche de la mediocridad y la ignorancia. Una de las intensidades mayores que le ha sido dada al ser humano. Sin el menor género de dudas (y que Descartes me perdone).
Manuel Cruz es catedrático de filosofía en la Universidad de Barcelona y director de la colección Biblioteca Descubrir la Filosofía.
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