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CRÍTICA | LA ÚLTIMA AVENTURA DE ROBIN HOOD
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Lolita de Errol

Estamos casi ante la única concesión de una película meliflua que, en cambio, pretende ilustrar lo que se vislumbra como tremebunda historia de tintes sexuales, alcohólicos y familiares

Javier Ocaña
Kevin Kline y Dakota Fanning en 'La última aventura de Robin Hood'.
Kevin Kline y Dakota Fanning en 'La última aventura de Robin Hood'.

"¿Errol Flynn con mi hija? ¡Pero si Errol Flynn es un pene andante!", clama en un momento de La última aventura de Robin Hood el padre de la cría protagonista. A pesar de la utilización del muy políticamente correcto "pene" en lugar de algún término quizá más adecuado para el momento, estamos casi ante la única concesión de una película meliflua que, en cambio, pretende ilustrar lo que se vislumbra como tremebunda historia de tintes sexuales, alcohólicos y familiares alrededor del último amor de la estrella del Hollywood clásico, casi tan famoso en el exterior del mundillo por sus papeles de aventurero como en el interior del mundillo por tocar el piano con su miembro durante las orgiásticas fiestas nocturnas.

LA ÚLTIMA AVENTURA DE ROBIN HOOD

Dirección: Richard Glatzer, Wash Westmoreland.

Intérpretes: Dakora Fanning, Kevin Kline, Susan Sarandon, Patrick St. Sprit, Bryan Batt.

Género: drama. EE UU, 2013.

Duración: 90 minutos

En La última aventura de Robin Hood se citan una estrella en decadencia de apenas 50 años que, sin embargo, sobrevivía en el cuerpo machacado de un hombre mucho mayor (que Kevin Kline sea 17 años mayor de lo que era Flynn lo convierte en el intérprete perfecto para su aspecto); una ambiciosa aspirante a actriz, bailarina y cantante de apenas 15 años, feúcha y sin talento, dispuesta para la ayuda aunque, según la versión, también enamorada del actor; y una madre ex bailarina a la que tuvieron que cortar una pierna, que ve en su hija las posibilidades que siempre quiso para sí misma en el mundo del espectáculo. Pero Richard Glatzer y Wash Westmoreland, guionistas y directores del evento, fracasan en la traslación de una historia de pinta apasionante, por su empeño en que los tres personajes caigan bien cuando sus actitudes no pueden ser más equívocas. Formalmente, la película no va más allá de un convencional telefilme, con alguna escena directamente paupérrima, como el rodaje en África de la película de John Huston Las raíces del cielo. En el plano narrativo se equivocan con la voz en off relatora de la madre: primero, por innecesaria, pues solo es redundante, y segundo, por el punto de vista, simplemente imposible, pues ella no estaba en los momentos clave y su visión no nos importa.

Así que hay que conformarse con los matices cinéfilos de la historia, que los tiene, aunque pocos. Por ejemplo, ese intento de mediación de Flynn con Stanley Kubrick para que su discípula y amante menor de edad consiguiera el papel protagonista de Lolita.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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