La atracción de lo invisible
Desde la editorial Sexto Piso han dejado caer un libro que es un buen cuarzo facetado para los que les interesa el arte. Se titula: El robo de la Mona Lisa. Lo que el arte nos impide ver.
He aquí una primera sentencia obvia y mollar: “Las cosas se vuelven más interesantes cuando las hemos perdido”. En consecuencia, nunca la Mona Lisa logró atraer más visitantes que cuando desapareció. Robada por Vincenzo Peruggia, antiguo empleado del Louvre, permaneció ausente dos años desde agosto de 1911. Fernando Colomo dedicó mucho tiempo a estudiar este caso y rodó La banda de Picasso que, al fin, sólo admiramos unos cuántos. Recibió el Goya al mejor vestuario y a la mejor canción original pero allí acabó casi todo. La detención de Picasso y de Apollinaire acusados de ser los ladrones se deshizo en la misma niebla que fatalmente cubre a numerosas películas españolas.
Las sospechas sobre Picasso se desvanecieron, pero en su caso no eran tan infundadas; él y sus compinches no cesaban de arramblar con esculturas íberas de los sótanos del Louvre. La moda era tanto robar como hacer después primitivismo.
Y la moda, a la vez, fue el gamberrismo que desde Duchamp a Malevich pasando por Leger aprovechó el rapto de la Mona Lisa para ponerle bigotes, rodearla de siete llaves o cubicarla entre collages. Aunque, con todo, lo mejor del escándalo radicaba en que el cuadro no estaba allí. Tan provocadora era su pérdida que el mismo Kafka y Max Brod viajaron pronto a París para contemplar, en la pared, la mancha dejada por su ausencia. De hecho, nunca antes había cundido el fenómeno del “turismo cultural” que, como se sabe, busca no la obra de arte en sí sino el suceso de la obra. Personalmente, la última vez que pasé ante la Mona Lisa se hallaba sobre un paramento a cuya espalda colgaba un deslumbrador retrato de Tiziano. Por este lado no había nadie pero del otro se apiñaba tanta público como en los graves accidentes de tráfico.
No se veía pues apenas nada de tantos ojos queriendo ver. ¿Pero ver qué? ¿Una obra irrepetible? Los historiadores cuentan que si Peruggia robó el cuadro fue para venderlo a un comerciante argentino, Eduardo Valfierno, que hizo negocio con cinco coleccionistas estadounidenses y otro brasileño endosándoles falsificaciones de Yves Chaudron, a 300.000 dólares la pieza. ¿Es pues la Mona Lisa la Mona Lisa? Casi lo mismo da porque la tecnología es muy capaz de anular las diferencias. ¿Entonces? Entonces la religión acude a salvar el descrédito. La fe hace efecto; la cultura hace culto.
¿Damien Hirst y sus tiburones en formol, Piero Manzoni y sus merde d’artista? “Todo lo que escupe el artista es arte” dijo Schwitters. Pero hay más. Todo lo que se queda dentro, como hacía Beckett con las frases o Cage con las notas, todo lo que no se dice, ni se oye, ni se ve es, con alta frecuencia, incomparablemente superior a lo escuchado o lo visto.
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