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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dos cuerpos en cal viva

El actor Unax Ugalde en 'Lasa y Zabala'.
El actor Unax Ugalde en 'Lasa y Zabala'.

El secuestro, tortura y asesinato de Lasa y Zabala, miembros de ETA, por parte de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) fue el acto fundacional de uno de los episodios más infames de la historia reciente. Un material delicado pese a que el cese de la actividad de ETA haya levantado la cuarentena para hurgar en heridas aún no cicatrizadas.

En Lasa y Zabala, Pablo Malo y su guionista Joanes Urkixo toman una buena decisión de partida: reconstruir la historia con mirada forense, partiendo de los restos hallados en Busot (Alicante) en 1985. Unos restos que no serían identificados hasta diez años más tarde, cuando la existencia de los GAL y el caso de Segundo Marey ya habían saltado a la primera plana de los periódicos. Lasa y Zabala son, así, en la película, los restos de dos veinteañeros, cubiertos en cal viva y encontrados en una zanja y, también, según detallan los flashbacks que van puntuando el relato, dos cuerpos jóvenes torturados con sistemática crueldad por un grupo parapolicial protegido y amparado por un estado de derecho que cruzó una línea que jamás se tendría que haber cruzado. En este sentido, la película vincula su mirada a la del viejo policía que encarna Sergi Calleja y a la del abogado que Unax Ugalde convierte antes en arquetipo funcional que en contrafigura o retrato de su referente en la realidad Íñigo Iruin: si esto fuera un guión de Aaron Sorkin, ellos serían esos “algunos hombres buenos” capaces de aislar el problema de su conflictivo contexto para denunciar lo que película denuncia y condena. No se trataba aquí de indagar en la complejidad del problema vasco, sino de señalar, de manera transparente y directa, a la violencia del Estado.

Lamentablemente, esa acaba revelándose la única buena decisión que toma una película que no se detiene a interrogarse sobre la necesidad y, también, la urgencia de plantear nuevas formas de cine político: alrededor de esa respetable decisión de partida, lo que prevalece son arquetipos y un trazo grueso a la hora de retratar a los miembros del GAL que acaba ahogando el conjunto por sobrepeso de maniqueísmos. En algunos momentos algunas declaraciones en el climático juicio acaban sonando como desafortunadas réplicas de comedia extraña. Cabe valorar el arrojo de Pablo Malo, pero también exigirle mayor ambición.

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