Noomi Rapace : “No me interesa ser una estrella, sino actuar”
La actriz sueca presenta en el festival donostiarra el 'thriller' 'La entrega', dirigida por Michael Roskam
Agarrada a la tabla de Millennium, Noomi Rapace (Hudiksvall, Gävleborgs län, Suecia, 1979) ha catapultado su carrera internacional. Hija de un cantante español de flamenco, la actriz, quien no vivió mucho con su progenitor, apenas sabe un par de palabras en castellano. Su inglés, en cambio, es sencillamente perfecto. De ahí que, tras la trilogía basada en las novelas de Stieg Larsson, entrara en repartos de más caché como Sherlock Holmes: juego de sombras, Passion, Prometheus, La venganza del hombre muerto o La entrega, soberbio thriller basado en la novela homónima de Dennis Lehane, en el que encarga a una chica —“posee gran fortaleza, fe, esperanza y belleza, es un ángel roto”— que complica, y de qué manera, la vida al camarero protagonista. La entregaes también, desgraciadamente, la última película de James Gandolfini, que da vida al dueño nominal del bar (en realidad, en manos de las mafias chechenas).
Y a Gandolfini van dedicadas las primeras palabras de Rapace: “No compartimos muchas secuencias… Pero es asombroso descubrir a gente como él, a la que admiras desde hace años y de los que deseas que se cruce la oportunidad de trabajar con ellos, y que finalmente sean hermosas personas, tan generosas, agradables. No sé decirlo mejor: tan reales. Emanaba respeto y amor. En el mundo, y en este mundo en especial, hay demasiada estupidez. Para mí fue una figura inspiradora. Me parece que se comprometía desde el primer minuto de cada mañana con su trabajo. Me encanta descubrir aún personas así, que saben mantener un equilibrio entre su trabajo y su vida privada. Ya no podré hablar más con él”. Y cuando parece que se le va a quebrar la voz, remata entre risas: “Y físicamente era ¡enorme!”.
"James Gandolfini emanaba respeto y amor; fue una figura inspiradora”
La entrega, que se estrena en España el próximo viernes, es un thriller de aroma estadounidense —para eso transcurre en Brooklyn— con un reparto europeo: exceptuando a Gandolfini, los otros tres actores son un inglés (Tom Hardy, su protagonista), una sueca (Rapace) y un belga (Matthias Schoenaerts), dirigidos por otro belga (Michaël R. Roskam). Rapace, menuda, teñida de rubio platino, y entre estrambótica y moderna en su vestimenta, apunta que todo lo que proceda de Lehane solo puede tener un sabor: “El estadounidense”. “Leyendo el libreto me interesó mi personaje, pero me fascinó aún más toda la envoltura. Lehane vino al rodaje y fue muy amable. Yo además investigué por mi cuenta. Fui a Queens a una asociación que rescataba de la calle perros abandonados, por esa faceta de mi personaje, y absorbí su habla, su vestimenta. No le pregunté por su vida, porque creo que eso es banalidad. Quería conocer su realidad sin exprimirla”.
Rapace, de físico extraño, de rostro dúctil capaz de pasar de una absoluta belleza a la fealdad rotunda en apenas un plano, logró la fama con un thriller que escondía una radiografía social, y Roskam usa aquí el género también para ir más lejos. “A mí no me importan los géneros, sino los personajes y sus relaciones entre ellos. Y me da igual que sea ciencia-ficción o [el director la interrumpe y le confiesa que La entrega es una comedia romántica]… incluso una comedia romántica, y eso que a mí no me interesan esas películas. Me muevo más por guiones y directores. Veo películas y me apunto el nombre de sus realizadores. Busco posibles encuentros. Creo en directores que buceen en la psique humana. ¿A quién le importa si alguien es bueno o malo? Por favor, la vida es más compleja y a esos derroteros se llega de maneras tortuosas. Eso es lo que debe contar una película”. Y por eso ha repetido con Hardy. “Tras La entrega nos hemos reunido en Child 44, un drama sobre niños asesinados en la URSS de Stalin. Hardy ofrece lo que yo más busco en otro actor: me inspira confianza ciega. En la nueva película tenemos una secuencia de una pelea brutal, y yo salté con él. No usamos una palabra clave para cortar por si se iba de las manos. No, vivimos el momento, nos dimos absoluta libertad uno al otro. Hardy sabe hurgar en los personajes hasta zambullirse en ellos sin, y ahí está la clave, olvidarse de quién es en realidad”. Y encuentra sus similitudes con Hardy: “Como a él, a mí no me interesa ser estrella, sino actuar. Y si tengo que cambiar mi cuerpo, lo hago [se señala el pelo]. A veces pienso que cualquier día me despertaré en Suecia, en mi cama, y que todo esto habrá sido un sueño fantástico. Así que por ahora voy disfrutando”.
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