Lección de cine con Bogdanovich
El director estadounidense presenta en la Mostra su vuelta a la comedia de corte clásico
Baste decir que él era amigo de Frank Capra, John Ford, King Vidor o Cary Grant, que es el gran estudioso y biógrafo de Orson Welles. Pero la carrera de Peter Bogdanovich (Nueva York, 1939) no se detiene en su faceta de fanático investigador del cine estadounidense, sino que él mismo formó parte del Nuevo Hollywood, aquella oleada que capitaneaba Francis Ford Coppola, con Scorsese, Friedkin, Lucas, Cimino, De Palma y el mismo Bogdanovich. Empezó a dirigir películas empujado, como tantos otros, por Roger Corman. Luego, el cineasta, que presentó ayer en Venecia su vuelta al cine, She’s funny that way, una alocada comedia de enredos sentimentales con Owen Wilson, Jennifer Aniston y Rhys Ifans, se enamoró locamente de actrices como Cybil Shepherd, con la que hizo La última película. Vivió momentos de gloria, de arrogancia ante su posible invencibilidad, con filmes como ¿Qué me pasa, doctor? o Luna de papel.
Otros amores le hundieron, tanto en lo cinéfilo (rodó con sonido directo los penosos números musicales de At long last love) como en lo sentimental; gastó todo su dinero en 1980 en acabar Todos rieron —su película favorita—, que rodó con Audrey Hepburn y una Miss Playboy, Dorothy Stratten, que se convirtió en su amante hasta que su marido la asesinó cuando supo que se iba con Bogdanovich. Tampoco los años noventa le dieron un respiro. Y su última película para el cine fue El maullido del gato (2001), que recrea otro asesinato cinéfilo, el del director Thomas Ince por parte de William Randolph Hearst. Ha seguido actuando en series como Los Soprano o Ley y orden, y dirigiendo televisión, pero tiene ya 75 años. Le quedan pocas oportunidades de volver al cine.
Así que sentarse delante de Bogdanovich impone. Está mayor, sordo, muy delgado. Pero abre la boca y ese vozarrón —que ha usado un amigo suyo, Quentin Tarantino, en películas como Kill Bill— se arranca a hablar como una apisonadora. Va lento pero no deja lugar a la duda. El mcguffin de su nueva historia, una fábula con ardillas y nueces, está extraída de El pecado de Cluny Brown, de Ernst Lubitsch. “He estado años intentando levantar este guion desde 1999 con mi esposa Louise. Cuando por fin tuvimos el dinero, el actor John Ritter, para quien estaba escrita, murió. Me divorcié. Y decidí parar el proyecto. Ahora he encontrado dos productores jóvenes que me han apoyado, incluso sin tener distribución por primera vez en mi vida. Entre medias he hecho libros, documentales… Por uno me dieron un grammy. No tengo el Oscar pero sí el Grammy. Curioso”. El público veneciano ha recibido la película con cariño. Bogdanovich no se había puesto detrás de las cámaras desde 2007 con un documental sobre Tom Petty.
No me gustan las comedias actuales de colegas o de chorradas sexuales”
El cineasta habla con gratitud de los actores, su comedia empieza con imágenes de clásicos de los años cincuenta. “Me encantan aquellas comedias, no las actuales de colegas o de chorradas sexuales. La comedia es mucho más difícil que el drama, sin duda. La gran Tallulah Bankhead decía: ‘Una cebolla te hace llorar. Muéstrame un vegetal que te haga reír’. Era tremenda”. Tanto como él, que a la pregunta acerca de qué le provoca la risa responde: “Esta película”.
Bogdanovich habla del ritmo del cine, de tiempos pasados en la industria del entretenimiento “que jamás volverán”, del daño que hizo Titanic con su éxito (“Hollywood sigue la regla de ‘Culo veo, culo quiero’ y Cameron les dio el pistoletazo de salida”) y de lo poco que le interesan “las películas de superhéroes”. “Mi padre menospreciaba a quien leía tebeos. ‘Están hasta mal dibujados’, decía. Tenía razón. Hollywood fue en la dirección equivocada. Ya no se gasta el dinero en películas pequeñas y solo se piensa en el primer fin de semana de taquilla”. Para el ritmo, desgrana una de sus anécdotas. “Hace años le pregunté a Frank Capra que por qué hasta sus dramas iban rápidos. Ya ni hablamos de sus comedias. Me extrañaba. Y me explicó que si interpretas una secuencia a la velocidad de la vida, parece lenta. Que hay que actuar más rápido para que suene normal en la pantalla. Así que lo único que decía en el plató era: ‘Más rápido’. Yo hago lo mismo. Solo susurro ‘Más rápido’ entre toma y toma”.
Lo único que Capra decía en el plató era: ‘Más rápido’. Yo hago lo mismo”
Una de las sorpresas de She’s funny that way es un cameo de Tarantino, lo que da pie a Bogdanovich a hablar de su extraña amistad. “Es uno de los grandes. No me gusta la violencia en pantalla, pero reconozco su talento y disfruto de su cine. Al final de Jackie Brown, una obra maestra, aparezco en los agradecimientos y a la salida del estreno le pregunté por qué. ‘¿No has visto la influencia de Todos rieron?’. Pues no. Y me empezó a soltar tales cosas que tuve que darle la razón. Leyó el guion de esta comedia, me dio consejos. Cuando nos planteamos el final de la película, los productores me dijeron que el único director de cine reconocible por el gran público era Quentin y si podía encarnar al personaje. Yo les dije que de acuerdo, que le llamaba, pero que jamás me había respondido al teléfono. Llamé y juro por Dios que por primera vez, al segundo tono, se puso. Aceptó”.
Al final de la entrevista solo queda espacio para la añoranza. “Cuando empecé a hacer cine, la mayor parte de los genios de la gran época seguían en activo. Yo le preguntaba mucho a John Ford, que me gritaba que dejara de interrogarle, aunque luego respondía. Cuando doy clases de cine les digo a mis alumnos que no vean nada rodado después de 1962. Aquellas enseñanzas no se han engrandecido con las nuevas generaciones, sino que se han diluido. Una pena”.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.