Algo huele a podrido en China
El cine de Jia Zhang-Ke posee acreditado vigor y su visión es cercana a la desolación


Los festivales de cine acostumbran a crear modas, duraderas o fugaces en función de la solidez o la perseverancia de lo que se intenta vender, restringidas generalmente a encontrarse con un público minoritario en el caso de que encuentren distribución comercial. Y en el caso de que esas películas festivaleras que la crítica ha decretado que son de imprescindible visión no se estrenen en las salas adquirirán condición de sagrado malditismo. Y a ver quien discute calificación tan prestigiosa entre el profano público si nunca van a tener la oportunidad de ver y juzgar esas presuntas obras de arte.
Estoy ligeramente despistado sobre la identidad nacional del cine que ahora destacan como ineludible, heterodoxo y enriquecedor. Creo que ya pasó la moda del cine iraní, al coreano y al japonés le queda poco, intuyo que actualmente los que molan son el rumano y el filipino. Sin embargo, el esplendor festivalero del cine chino ha durado bastante tiempo. La culpa es de Zhang Yimou. No he vuelto a ver sus películas, recuerdo haberme aburrido notablemente con algunas de ellas y disfrutado con otras como “Semilla de crisantemo”, “La linterna roja” y “Ni uno menos”. Independientemente de su calidad artistica, al cine de Yimou siempre le benefició su fama de contestatario, la censura velada o explícita que aseguraban le vigilaba continuamente, su presunto sentido crítico a través de metáforas y simbolismo que volcaba sobre los desmanes del régimen de su país, la presunción de que su cine incomodaba y podía ser marginado. Todo ese conveniente bagaje de rebeldía se vino abajo al constatar que el gobierno de su país le había encargado que dirigiera la ceremonia de inauguración en los Juegos Olimpicos de Pekín.
Si la fuerza expresiva de Yimou no atraviesa sus mejores momentos y su labor de Pepito Grillo ya pertenece al pasado, el cine de un director como Jia Zhang-Ke, que podría ser considerado en cuanto al prestigio como el sucesor de YImou, posee acreditado vigor y su visión de los infinitos progresos y del bienestar colectivo que trata de vender el gobierno de su país es cercana a la desolación. Recibe reconocimiento y premios en Occidente, pero en China le vigilan con cien ojos y han prohibido la exhibición de “Un toque de violencia”, su última y perturbadora película.
Y es repugnante esa censura, pero tiene su lógica. La sensación del espectador de que algo huele a podrido en el país que perpetró la sangrienta y terrorífica Revolución Cultural con el supuesto propósito de crear el hombre nuevo, la igualdad, la justicia y demás peregrinos conceptos es absoluta después de ser testigo de cuatro historias tremebundas que adaptan hechos reales. No hay un toque de violencia, sino que esta late en dosis abrumadoras en todas las situaciones que malviven los personajes y acaban utilizándola contra gente por la que se sienten agredidos y menospreciados o contra sí mismos.
Si en tres de esas historias los nuevos mandarines podrían aducir que sus protagonistas son unos tarados perseguidos por la desdicha, en otra que nos cuenta como un perdedor que maldice en plan kamikaze contra la corrupción total del sistema, la división de clases, la rapiña bendecida por el poder, y perpetra la matanza de sus envilecidos jefes, es normal que el régimen se sienta identificado con el siniestro estado de las cosas que retrata el director.
Es una película densa, amarga, imprevisible dura e inquietante, que desmonta cualquier idealización del nuevo mundo que han creado los pragmáticos herederos de Mao. Su atmósfera es malsana y sofocante. El cine de Jia Zhang- Ke puede tener una carrera accidentada en China si se empeña en seguir siendo realista.
UN TOQUE DE VIOLENCIA
Dirección: Jia Zhang-ke.
Intérpretes: Jiang Wu, Meng Li, Wang Baoquiang, Luo Lanshan.
Género: Drama. China-Japón-
Francia, 2013.
Duración: 130 minutos.
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