El buen ritmo del Slap
El festival zaragozano de músicas negras cumple cinco años con más público y presupuesto
Víctor Domínguez vibraba entre el público del Festival de Jazz de San Sebastián allá por 2007. El extraño regreso a los escenarios de Sly & the Family Stone le tenía extasiado, como a cualquier otro loco del funk. El Desafinado Club, la discoteca que regentaba en Zaragoza dedicada a la música negra, acababa de cerrar y el productor y promotor buscaba un nuevo camino en su particular evangelización de vinilos y soul. Entonces Sly Stone, el mito del rock, el héroe desaparecido a finales de los ochenta en su lucha con las drogas, se quitó las gafas de sol y las arrojó al público. Por supuesto, fueron a caer en manos de Domínguez. Por supuesto, lo tomó como una señal. En ese momento nacía el Slap Festival, la cita maña de música negra, en homenaje a la técnica del bajista de la banda, ese percutir de las cuerdas que ha marcado el ritmo de la historia del funk y que se denomina slap.
Han pasado cinco años de lento pero constante crecimiento. En la primera edición contaron con un público formado por 700 incondicionales del Desafinado, un círculo extenso de amigos y aficionados a las distintas ramas del llamado sonido negro. El año pasado más de 2.500 personas asistieron a un evento organizado con 120.000 euros de presupuesto. Para esta edición (del 4 al 6 de julio), el apoyo del Ayuntamiento y del principal patrocinador se ha reducido de un 20% a un 10% del total, pero la organización ha asumido el riesgo de aumentar el presupuesto hasta los 130.000 euros. ¿Cómo un festival de música minoritaria puede mantenerse y crecer mientras gigantes como el FIB encuentran dificultades para salir adelante? "El secreto es que no lo hacemos por dinero. Si sacamos lo justo para cubrir gastos no nos importa", explica Domínguez. Y así es, de hecho. El año pasado, asegura, los beneficios solo dieron para pagar los sueldos de producción, 1.500 euros por más de un mes de trabajo.
Domínguez reconoce que es "muy cabezón". El rapero zaragozano Javier Ibarra, más conocido como Kase.O, le reconoce la tozudez: "Hacen un esfuerzo descomunal. Si no fuera por estas iniciativas no habría contracultura". Aunque el MC, que está en el cartel de este 2014 con su disco Jazz Magnetism (2011), señala que la ciudad es un terreno fértil para la música negra. Recuerda la presencia de la base militar estadounidense hasta 1994, las discotecas de funk que empezaron a surgir en los setenta y el rap, como una inundación, en los ochenta. Él llegó hasta el soul o el jazz ascendiendo por la historia de la música afroamericana: "A través del hip hop, a través de leer los libretos de los CD, descubría los samples que utilizaban. Así conocí a Donald Byrd, James Brown... Les escuchas y lo entiendes todo".
El Slap tiene esa vocación de ensamblaje, de comunidad, por mucho que se hayan disgregado las ramas de esa música que nació en los campos de algodón. Cabe el rap de Kase.O, el jazz de su banda y su último proyecto, cabe el soul de Lisa & the Lips, cabe el blues pasado por los olivos de Úbeda de Guadalupe Plata. Y cabe el highlife de Ebo Taylor, músico ghanés poco conocido para el gran público pero venerado como uno de los maestros de las raíces de la música negra. "Escucharle va a ser un viaje", dice Kase.O soñando con el concierto del viernes.
"Quizás en España estamos acostumbrados a una clase de blues, porque hemos escuchado a B.B. King o Eric Clapton… Pero el blues es como el flamenco, no puedes encasillarlo en un solo palo", apunta Carlos Jimena, batería de Guadalupe Plata. El suyo es el del Delta, una franja de tierra entre el río Misisipi y el Yazoo, al sur de Memphis, mucho más minoritario. Y además, en su caso, mezclado con flamenco profundo y el eco de marchas procesionales en Jaén. Jimena asegura que se sienten más extranjeros con su propuesta en España que en Estados Unidos, pero reconoce que hay una cierta curiosidad por este género, tesis que el éxito de la banda confirma: este año se han hecho con el premio Impala a mejor disco independiente del año con su trabajo Guadalupe Plata (2013). "Iniciativas de este tipo siempre han existido, y menos mal. Al final, a los festivales grandes siempre van los mismos grupos. Que parece que en vez de festivales se hacen una gira", lanza el músico. Tratar de huir de eso tiene un precio, y Víctor Domínguez lo sabe. "Este año esperamos 3.000 asistentes, y sabemos que nunca podremos pasar de 5.000 o 10.000 con este tipo de música. Pero tampoco nos interesa".
Babelia
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