El 'funk' como psicodrama
El romanticismo une a Sly & the Family Stone y Madeleine Peyroux en San Sebastián
De repente, Sly Stone soltó el micro, llegó (al borde del escenario), miró (al suelo) y, sin mover una pestaña, se arrojó a los pies del mismo sobre una altura de un metro y 70 centímetros, aproximadamente, para reaparecer confundido entre las primeras filas, maltrecho pero entero. La audiencia respiró y, con ella, el servicio de seguridad que acompaña al artista, su familia, sus músicos. Estamos hablando de un sujeto de cierta edad, 63 años, y unos hábitos no exactamente ejemplares que le han mantenido fuera de circulación durante más tiempo del que ha estado en activo.
Por lo que cuentan, la maniobra le ha costado algún hueso roto en el pasado. De llevárselo a urgencias, acaso se hubiera descubierto que aquél no era en realidad Sly Stone, un rumor, pero no tan descabellado como pudiera pensarse. Sly, o quienquiera que fuese que ocupaba su lugar, parecía sospechosamente preocupado por ocultar sus facciones bajo una gorra y unas gafas de sol, la cabeza gacha, el gesto esquivo... Su aspecto podía ser el del verdadero Stone a su edad o no serlo: cualquier parecido con el músico en sus años de gloria era pura coincidencia.
El concierto resultó un pandemónium, con el artista arrojándose escenario abajo y entrando y saliendo del mismo
¿Era ésa su voz? ¿Eran ésos sus gestos espasmódicos? Finalmente, fue su tendencia a convertir el escenario en la salita de estar de su casa lo que le delató. Por allá andaban los músicos, las coristas, la seguridad y unos propios que pasaban por ahí, además de dos de sus hijas, dos primas gemelas y una "niñera" (sic), que no es que hicieran nada en particular, pero ya que estaban, nos las presentó. Con éstas que el concierto resultó un pandemonio con el artista arrojándose escenario abajo y entrando y saliendo del mismo a voluntad, y la banda cubriendo sus ausencias de cualquier manera. Higher, uno de los himnos de la nación Woodstock, la empezó dos veces y las dos veces la dejó a medias. If you want me to stay, Stand! y Family affair sonaron completas, y ya es milagro. Y aun así, nadie pudo sentirse defraudado ante tal concierto y psicodrama de puro, elemental, disparatado y caótico funky-gospel-rock. Stone en estado puro.
¿Y Madeleine Peyroux? ¿Alguien se acuerda de ella? Lo cierto es que la neoyorquino-parisiense completó un excelente concierto previo, el que mayores expectativas había levantado de todo el festival. Vino con repertorio nuevo y banda seminueva, hasta donde a uno se le alcanza, y ejecutó versiones desmayadas de Dylan y Leonard Cohen -Dance me to the end of love-, con su voz resbaladiza y ese modo tan suyo de retorcer la palabra. Fantástica cantando el material de época, I hear music, Smile y un Everibody's talking (de Cowboy de medianoche) tan extravagante que hubiera podido firmarlo Sly Stone en un momento de debilidad. Al final, el romanticismo les unió.
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