Tengo una casa

Educado en el mundo de las webseries y comprometido con la divulgación de nuevas voces y talentos emergentes en la escena de la stand-up comedy, Jordan Vogt-Roberts ha debutado con un largometraje que, a primera vista, parece desmarcarse de lo que, hasta este momento, habían sido sus intereses prioritarios: una película de iniciación en la que un grupo de tres adolescentes escapan de sus respectivos hogares para construirse una casa en el bosque. Ninguno de ellos lleva bajo el brazo un ejemplar del Iron John: A book about men de Robert Bly –aunque uno de los tres practicará, con más fervor que sus relajados colegas, el credo de la estricta supervivencia silvestre-, ninguno de ellos parece huir tampoco de ninguna situación familiar asfixiante o luctuosa: lo que está en juego aquí es el simple y básico impulso de emancipación adolescente, la necesidad de respirar literal y metafórico aire puro, poner a prueba lazos de lealtad entre iguales, tantear una libertad lejos de hogares y academias…

Vogt-Roberts se sirve de un ingenioso, rico y bastante chispeante libreto de Chris Galletta que vivió su particular purgatorio en la célebre Black list de los mejores guiones a la espera de productor –donde también figuraron, en su día, los de Argo (2012) o Juno (2007)-. Llama la atención el contraste entre el tono que finalmente se afirma en la película –presidido por un humor distanciado y controladísimo- y la textura sensorial y forzadamente lírica de algunas imágenes (literalmente) deslumbradas por el sol y el entorno natural, que se acercan de manera peligrosa a lo más fastidioso de un impostado lirismo indie. Esa tensión desequilibra el conjunto, pero no llega a estropear un debut que parece conocerse al dedillo su tradición para renovarla: destacan, sobre todo, las figuras de autoridad –tanto los padres (mención muy particular a Nick Offerman) como la pareja de policías- contempladas a través de un prisma cómico implacable que esquiva la sátira de trazo grueso.