Neil Gaiman, padre de 1.001 mundos
Estrella de los libros, autor de películas y tebeos, busca conquistar las series de televisión
Cambió a su padre por dos peces de colores. Se enfrentó a Grendel y el dragón del Beowulf. Se tomó a pecho aquello que escribió Pat Ballard para las Chordettes: “Mister Sandman, bring me a dream”. Hizo dueto con Terry Prachett para narrar el fin del mundo sin perder la sonrisa. Sumergió la mano en hielo para aguantar las 4.000 firmas por día de su última gira. Y ahora su incansable pluma se encuentra trabajando en su primera gran serie de televisión. La adaptación para Starz (los de Spartacus) de American gods, su visión de una América en la que los dioses de todas las civilizaciones que enhebran la madeja de Estados Unidos sufren la ignorancia de sus antiguos siervos.
Neil Gaiman (Port Chester, 1960) no para. Ni quiere. Ni siquiera abordo de un tren se toma un respiro. No es para menos. Después de 25 años ha vuelto a su Sandman, la novela gráfica que lo convirtió en leyenda en los 90 y que según la MTV ha pasado ya de los 30 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. Ahora, cuando solo queda un número para que Sandman Obertura (ECC Ediciones) llega a su fin, Gaiman arquea la ceja ante la pregunta inevitable: “¿Cuándo llegará?”. “Cuando esté acabado”.
A Gaiman no le gusta que le metan prisas. Menos escribiendo. Porque lo suyo es crear “icebergs”. “Mis historias son así. Solo se les ve la cumbre. Pero hay mucho más bajo las aguas”. Tanto hay que le da para ser padre de mil mundos por todas las sendas imaginables. Videojuegos (Wayward manor), cómics (Sandman, Orquídea negra), novelas (El océano al final del camino), libros infantiles (El galáctico, pirático y alienígena viaje de mi padre) y también películas (Coraline, Beowulf). Suma más de 40 millones de libros vendidos en el mundo —según el blog de literatura fantástica Wertzone que lleva cuenta de los autores más vendidos de la historia en este género— y fue autor número 1 de la lista de best seller de The New York Times con varias de sus novelas.
Pero su gran bombazo ha sido volver a Sandman. Su precuela, Obertura, completa en los huecos de este tebeo que presenta las cuitas shakesperianas de siete hermanos, Los Eternos: Destino, Muerte, Desespero, Deseo, Destrucción, Delirio y el protagonista, Sueño. “Siempre me llamó la atención que nadie se preguntara por sus padres. En Obertura contaré quiénes son”. Nada menos que dos dioses griegos: Nix, deidad de la noche a la que hasta Zeus temía, según contó Homero. Y Cronos, el Saturno que devora a sus hijos en la obra maestra de Goya.
Narar le viene a Gaiman de familia. “Mi madre no era muy buena contando historias, pero recuerdo leer con ella libros con ilustraciones, como La Sirenita. Mi padre sí podía inventarlas. Y mi abuelo. Las de mi padre eran sobre ardillitas que vivían al otro lado de la ventana. Las de mi abuelo, sobre un elefante”. Los otros grandes cocineros de historias para Gaiman fueron los libreros, auténticos guardianes de los tesoros de su niñez. “Recuerdo lo grande que fue para mí el préstamo interbibliotecario. De pronto descubrí que no solo tenía que conformarme con los libros que allí había, sino que podía pedir cualquier otro libro”. Y no paró de aprovecharlo. C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien, Borges, Lewis Carroll… Y por supuesto, tebeos. Especialmente los de Batman, del que acabaría escribiendo su muerte en el celebrado Whatever happened to the cape crusader (DC Comics, 2009).
Teaser tráiler para 'Wayward manor', el primer videojuego con el sello de Neil Gaiman.
Hablar de su infancia y juventud guarda una estrecha relación con lo que Gaiman está escribiendo en estos años. Sus dos últimas novelas, El libro del cementerio (Roca Editorial, 2009) y El océano al final del camino (Roca Editorial, 2013) hablan precisamente de la infancia: en el primer caso de cómo se deja atrás, en el segundo, de cómo se recobra. “Son muy distintos. El libro del cementerio es un homenaje al Libro de la jungla de Kipling. Se me ocurrió gracias a mi hijo, Michael, cuando aún era muy niño. Estaba obsesionado con su triciclo y no lo encontraba por la casa. Así que salí a la calle a buscarlo y me lo encontré en un cementerio. Se lo veía feliz, sonriente mientras pedaleaba su triciclo entre las lápidas. Pensé en lo curioso que sería escribir algo así, un niño criándose en un cementerio”. Su océano se lo debe a su mujer, la cantante Amanda Palmer: “Estaba de gira y la echaba de menos. Así que este libro fue la forma de hablarle de mi infancia y de expresarle lo mucho que la añoraba”.
Lo que no añora Gaiman son los tiempos antes del torrent y Piratebay. Es más, el autor sostiene que la piratería es algo “bueno” para los escritores. Al menos, para los escritores a los que la gente quiere leer. Lo explica con una anécdota. Una de sus primeras sesiones de firmas en Estados Unidos, en la que compartía mesa con un autor de bestsellers del The New York Times del que no quiere revelar su nombre. Una lectora de ese autor le da su libro para que se lo firme. El escritor ve que es un ejemplar de saldo de una librería. Y le espeta: “Esto no te lo voy a firmar. Con este ejemplar no he ganado nada, así que no te lo firmo”. La mujer, abochornada, se fue llorando. “¿Sabes qué pasó luego”, pregunta retóricamente Gaiman. “Varios lectores de los que estaban a su cola, se pasaron a la mía. Por los pocos centavos que gana con un ejemplar, perdió a una lectora para siempre, a esa gente que se cambió de cola y a todos con los que hablaran los que vieron la escena. Me prometí: nunca seré como él. Y para mí pasa lo mismo con los que atacan la piratería. Que te pirateen es una oportunidad a que te lean y tal vez te compren”.
Que te pirateen es una oportunidad a que te lean y tal vez te compren"
Gaiman ve el futuro con la misma idea que ha visto toda su carrera: “Mientras siga pudiendo hacer cosas en las que no soy aún bueno, sentiré que estoy vivo y que merece la pena”. Así dejó de dedicarse en cuerpo y alma al cómic tras terminar Sandman, así piensa en ir dejando la novela ahora que la domina. Entonces, ¿qué? Pasarse al ensayo... Para niños. “Hace años que nadie escribe un buen libro sobre mitología. Y los que hay son muy antiguos y aburridos para un niño. Así que lo voy a escribir yo”. ¿Para cualquier chaval? “Para el que era yo a los 12 años”.
Antes de poner punto y final a la entrevista, Gaiman, amante de sorprender, se sorprende. Frente a él, una servilleta en blanco ¿Se atreverá a escribir un relato en directo? Gaiman se lo piensa… Por un instante. Abre su chaqueta negra y saca un puñado de plumas. Las mira escrupulosamente y escoge una. Negra, obviamente. Empieza a escribir. 15 minutos después…
Luego, Gaiman se levanta, se sienta un par de filas atrás y se echa a dormir
El tren de la muerte
Hemos viajado en el tren por tres años, y los poetas del primer vagón le han declarado la guerra al vagón comedor y a los biógrafos del vagón de cola. Mandan poemas a lomos de ratones que pueden explotar al leerlos. Los biógrafos envían de vuelta vidas tan desgraciadas que los poetas se tiran por la ventana, o se hubieran tirado, si las ventanillas hubieran podido bajarse. Los poetas concretos dejan sin sentido a los biógrafos, el hacedor de haikus turulato con las diecisiete sílabas de incendiaria imaginería.
Relato exclusivo para EL PAÍS escrito por Neil Gaiman en una servilleta.
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