Carlos de Inglaterra reina sobre las tablas
Una obra aclamada por crítica y público imagina en Londres el ascenso al trono del heredero
Carlos de Inglaterra, el hijo mayor y heredero de la longeva Isabel II, ya ha rebasado hace tiempo la edad en la que los jubilados británicos pueden disfrutar de una pensión cuando finalmente accede al trono. Muchos habrían apostado por un salto en la línea sucesoria a favor de su primogénito, el más popular Guillermo, pero el príncipe que ninguneó a Lady Di y consiguió casarse en segundas nupcias con Camila ha acabado luciendo estos días la corona aunque sólo sea sobre las tablas de un escenario. La obra El Rey Carlos III, estrenada en Londres con la aclamación de crítica y público, se atreve a imaginar ese hipotético reinado en un tono tan controvertido como el personaje real que la inspira.
La ficción estrenada en el teatro Almeida arranca con los funerales de Isabel y rápidamente se traslada al primer encuentro del nuevo soberano con su primer ministro laborista, quien le presenta una ley para imponer restricciones a la libertad de prensa. A pesar de haber sido él mismo objetivo favorito de las intrusiones de los medios, Carlos se niega a estampar la sanción real reclamada por el gobierno, desatando una crisis constitucional que divide al país y a los propios miembros de la casa Windsor.
El veterano actor Tim Pigott-Smith asume el papel de ese protagonista que durante sus largos años de espera como heredero fuera criticado por sus intromisiones en asuntos políticos ajenos a su potestad, y que una vez erigido en rey opta por seguir en la misma línea sin atender a consecuencias. El cartel promocional de la obra ilustra las limitaciones del poder en las monarquías modernas con una imagen real de Carlos sobre la que se ha añadido la corona, el manto y sendas cintas de esparadrapo que lo amordazan. El rostro aparece sin embargo pixelado en una versión retocada del cartel que se despliega en las estaciones del metro de Londres y de la que la gerencia del transporte metropolitano se ha desentendido. Alega que el cambio fue decisión de la agencia publicitaria responsable del anuncio, mientras que el teatro Almeida ha declinado todo comentario al respecto.
Los carteles de la obra, que muestran a Carlos III amordazado, han sido censurados en el metro
Pero por muy polémico que resulte su planteamiento, El Rey Carlos III ha concitado el aplauso más allá de filiaciones monárquicas o republicanas gracias a una pieza que invita al debate sin eludir el humor, a las connotaciones shakespirianas que ha reconocido la crítica y a las impecables interpretaciones servidas por el elenco de actores en verso suelto. A lo largo de la trama desfila una serie de personajes inmediatamente reconocibles por el público, desde la fiel compañera Camilla hasta los sensatos y aburridos Guillermo y Catalina, pasando por el díscolo Enrique (el hijo menos de Carlos) que en esta función se encapricha de una chica republicana. Incluso Diana de Gales, la princesa que murió en un accidente de tráfico en París (1997) tras haber puesto en jaque a la monarquía, comparece en escena cual fantasma, y su espectro resultará decisivo en el desenlace de los acontecimientos.
La figura de Carlos que el teatro nos brinda por primera vez convertido en rey es tan contradictoria como su sosias de la realidad: un hombre que a menudo resulta distante pero que en ocasiones puntuales aparece más sensible a los problemas del país que la clase política o que su propia madre. Un personaje que, si bien inteligente, también puede pecar de ingenuo, cuando no de altivo, al protagonizar injerencias políticas que no le corresponden. Ambos son bastante parecidos, con la gran salvedad de que en El Rey Carlos III la prensa –atenazada por el gobierno- acaba rindiéndose a sus pies.
Babelia
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