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despierta y lee
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Risa floja

Fernando Savater

No seré yo quien vaya a quejarse de que reine el buen humor en este país. O por lo menos de que haya cada vez más ganas de reírse, aunque a veces la cosa nos recuerde un poco pasados tiempos escolares: en el aula el que menos sabe es el más propenso a soltar la carcajada, venga o no a cuento. Pero lo cierto es que cada vez más gente prefiere los informativos humorísticos a los serios, las sátiras a los reportajes y en general la pícara maledicencia, sobre todo cuando hay políticos o próceres por medio, al aburrido pensamiento crítico.

Socialmente todas las culturas han considerado indispensable la burla de la sociedad, la autoparodia. La ritualización de esa gran carcajada irreverente en tiempos medievales ha sido estudiada por teóricos como Mijaíl Bajtin o Johan Huizinga, aunque separar lo lúdico de lo serio no siempre fue fácil: en la Venecia de la decadencia, el carnaval se prolongaba cada vez más meses al año, todo el mundo acudía disfrazado a sus quehaceres y los magistrados no se quitaban la máscara picuda para dictar sus sentencias… Precisamente sobre esas cuestiones trata el discurso de Huizinga que acaba de publicar Casimiro, titulado De lo lúdico y lo serio. Se trata de una conferencia pronunciada en 1933 cuando era rector de la Universidad de Leiden y que adelanta los temas que trataría más por extenso en su gran obra Homo ludens. Asunto: en qué consiste el juego humano y sobre todo a qué juega el hombre cuando dice que no juega.

“El gusto por lo exorbitante y la exageración desmesurada es típico de lo lúdico”, asegura Huizinga, y nadie se lo discutirá entre nosotros, donde la caricaturización grotesca del adversario es más celebrada que la esgrima dialéctica. En cambio, sorprende que después de pasar revista a lo festivo en el ámbito poético, religioso y de las artes plásticas, aventure: “Me parece que lo lúdico está poco menos que ausente en las obras cinematográficas, aunque quizá me equivoque”. ¡Hombre, decir eso después de Méliès, Charlot o Buster Keaton y el mismo año que se estrenó Sopa de ganso!

En España, el gran éxito cinematográfico hoy es Ocho apellidos vascos, una divertida farsa que provoca carcajadas tranquilizadoras sobre los líos entre nativos, no siempre pacíficos. El tema ha dado para dramas de etarras atribulados, de asesinatos atroces, de torturas y también parodias costumbristas: ahora se está filmando una película sobre la venganza de una víctima —lo que pertenece a la ficción especulativa— y se habla de otra sobre las intrigas megalómanas entre Egiguren y Otegui… En cambio, los movimientos cívicos que salieron a la calle jugándose el tipo, propiciaron la respuesta política más contundente y finalmente derrotaron a la violencia no tienen quien les cante ni les cuente, salvo meritorios documentales mas dolientes que triunfales. Es como sí sobre los nazis sólo hubiera To be or not to be, Operación Valkiria, Malditos bastardos, La lista de Schindler…pero nada sobre el desembarco de Normandía.

Es sano reírse y me encanta lo lúdico, pero no olvidemos la conclusión de Huizinga: “Más allá de todo juego se ubican las pertenencias más preciadas del ser humano: compasión y justicia, sufrimiento y esperanza”.

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