“Yo estaba aquí y lo viví así”
'Invasión' indaga en la memoria de los panameños ante la entrada de los estadounidenses en 1989 El documental, de Abner Benaim, reconstruye los acontecimientos con el recuerdo de los ciudadanos
Hay una única voz sin imagen. Es la de Manuel Antonio Noriega, el dictador panameño que fue desalojado del poder tras la invasión de las tropas estadounidenses a finales de diciembre de 1989. No habla de la invasión, sino del olvido. De tintes poéticos, la frase choca con la personalidad de todo un narcotraficante, antiguo colaborador de la CIA, odiado y querido por sus ciudadanos a partes iguales. “El tiempo es como las hojas de verano, que van cayendo y van cayendo y al caer sobre lo que está sobre la tierra, oculta lo que está sobre la tierra, eso es lo que ha sucedido”, dice el militar panameño que desde aquella fecha sigue cumpliendo condena, hoy en la prisión Renacer, muy cercana a las instalaciones del Canal de Panamá.
Han pasado casi 25 años y el realizador Abner Benaim se ha decidido a poner en imágenes la memoria colectiva de todo un pueblo que todavía no ha contado oficialmente a sus muertos, entre ellos el fotógrafo de EL PAÍS, Juantxu Rodríguez, por disparos de un soldado estadounidense dos días después de la invasión. Unos hablan de 500, otros de 2.000. Nadie sabe o nadie quiere saber. Benaim, un hombre corpulento de abundante melena rizada, ha buscado luchar contra el olvido con Invasión, el documental que ha estrenado la semana pasada en el Festival Internacional de Cine de Panamá (y con el que ha obtenido dos de los tres premios, el de mejor película Centroamérica y el de mejor documental). “En Panamá, hay una voluntad por olvidarlo todo. Creo que es algo que tiene que ver con la ideología o no ideología de Panamá, tan cercano al mercantilismo. Para bien o para mal, a la gente de este país lo que más le interesa es la parte utilitaria, aquella que facilite el flujo del dinero y el avance de los negocios, con un claro desinterés por su historia”.
Fueron 27.000 los marines estadounidenses quienes en la madrugada del 20 de diciembre de 1989, por orden del entonces presidente George Bush (padre), tomaron las calles de Ciudad de Panamá, concentrándose, a fuego y bombas, en el barrio de El Chorrillo, donde se encontraba el Cuartel Central del general Noriega. Las mismas calles populares y algo pobres, las de El Chorrillo, las que ha pisado hoy Benaim para el relato central de esta historia de sangre y muertes, fuente todavía de conflictos y controversias, pero siempre a escondidas. Como judío que ha escuchado horas y horas de boca de su abuela las historias de la tragedia en la Alemania nazi, Benaim se revuelve contra el olvido de la historia, contra esa tendencia del pueblo panameño, dice él, de mirar para otro lado, de dar la espalda a las cosas negativas.
Aunque existen buenas imágenes reales, Benaim no ha echado mano de ellas. No ha utilizado ninguna. Son los propios ciudadanos los que con sus recuerdos van componiendo una reconstrucción de los hechos que cada uno y a su manera vivió. Así, en una esquina de El Chorrillo, los protagonistas se tumban sobre el asfalto, cinco, seis cuerpos, los mismos que ellos vieron ahí muertos. Como Ulises, cantante casado con la secretaria de Noriega, que ayudó al general a refugiarse en una casita, que “no estaba pintada ni nada”. “Aquí es donde nos quedamos las cuatro noches, yo creo que él [Noriega] nunca pensó que los Estados Unidos iban a invadir Panamá, así que no había plan B, no había plan C, de repente ni plan A”, dice a cámara Ulises. “Queríamos hablar de la memoria, de cómo se transforma, cómo se olvida, se mantiene o se alimenta. La mente es más potente que cualquier foto o imagen. Nuestra pretensión fue la de relatar esas imágenes a través de la memoria de la gente. Es de alguna manera, como volver a ese cuentacuentos que relata su historia de manera oral”, explica el director.
Por Invasión van pasando miles de recuerdos, malos y buenos, unos divertidos y otros no tanto. “Invasión de qué. ¿Qué es esa huevada? ¿Te llamó mi mujer?” dice un irónico ciudadano. Otro músico, Ruben Blades, apunta más alto y reflexiona sobre la polarización de un país y su mandatario. “Si estabas en contra de la invasión eras norieguista. Si estabas en pro, entonces eras gringo. Todo se polarizó así. Y en el medio quedaron todas aquellas personas que han sufrido la invasión prácticamente en silencio. El dolor nunca habló aquí y lo importante es que se hable, que ese dolor.. salga”, dice el intérprete de Pedro Navaja.
Hubo, sin embargo, manifestaciones de alegría por la entrada de los estadounidenses (entonces todavía con el control administrativo sobre el Canal de Panamá), celebraciones gigantescas. El propio Benaim, entonces un estudiante de 18 años, participó en alguno de los festejos. Pero también hubo mucha gente que se mostró en desacuerdo, amigos de Benaim, y protestó ante las embajadas. “Mi teoría, ahora, después de 25 años, es que la mayoría de la gente en Panamá no sabía lo que había pasado en realidad, desconocía lo que se vivió en El Chorrillo, que quedó totalmente destruido por las bombas”, explica el realizador en un popular café del centro de la Ciudad de Panamá que lleva el nombre de Cocacola.
A Benaim le gusta más formular preguntas que dar respuestas. No ha ido en busca de la verdad ni de la palabra final. En la obra no oculta que hay decisiones arbitrarias y subjetivas que se pueden interpretar de una manera o de otra. Lo que sí ha pretendido es un cierre emocional —”Que solo puede venir por hacer público la lista oficial de muertos, casi todos ellos gente humilde”—, dar voz y rostro a aquellos que nunca lo tuvieron. De momento, la controvertida figura de Noriega, con el que tuvo una larguísima conversación no grabada en la cárcel, la deja para más adelante. “Entendí que esa era otra película que quizás haga”.
Babelia
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