Arcadia todas las noches
La última sala X en Madrid es un espacio inesperado para formular un lamento por una cinefilia crepuscular
Cuando uno de los personajes de Paradiso entona una desgarrada copla de León y Solano —“Miedo, tengo miedo / Miedo de perderte”— en el desangelado hall del cine Duque de Alba, la ópera prima de Omar A. Razzak hace explícita esa condición de elegía que determina tanto su discurso como su meditada caligrafía visual. El Duque de Alba es la última sala X activa en Madrid, después de que el antiguo cine Cervantes de la Corredera Baja de San Pablo se haya convertido en un supermercado.
Otra sensibilidad más roma que la de Razzak podría ver en ese último bastión un territorio idóneo para elaborar un documental regido por el morbo y el sensacionalismo. Paradiso propone lo contrario. Es decir, algo muy difícil: un relato, casi una ficción trenzada con los materiales de la realidad, donde los personajes se encarnan a sí mismos y la cámara siempre encuentra el ángulo elocuente para comunicar mucho más de lo que se ve.
PARADISO
Dirección: Omar A. Razzak.
Documental.
España, 2013.
Duración: 72 minutos.
Un espacio inesperado para formular un lamento por una cinefilia crepuscular que ha llevado a evocar, entre algunas voces de la crítica, el modelo del Goodbye, Dragon Inn (2003) de Tsai Ming Liang, pero que también podría recordar al espíritu de los ceremoniales funerarios que Peter Bogdanovich dedicó a la cultura del autocine —El héroe anda suelto (1968)— o, a través de la obra de Larry McMurtry, a las salas rurales de la cultura precentro comercial —La última película (1971)—.
Paradiso articula su escueto argumento, al servicio de un discurso riquísimo, a partir de la cuenta atrás ante la jubilación de la veterana taquillera de la sala. Rafael, el carismático proyeccionista, encarna al guardián de esa Arcadia que es refugio y trinchera frente a las soledades de la vida para una serie de clientes incondicionales, que dejan valiosos jirones de vida en sus conversaciones a pie de taquilla. Como una suerte de padre simbólico y afectuoso, Rafael no deja de decorar y mimar a esa suerte de buque añejo con los días contados. En algunos de los diálogos registrados por la cámara quizá puede detectarse algún pie forzado, pero la verdad se acaba imponiendo en este poderoso y conmovedor retrato de grupo.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.