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Vivos colores sobre un mar blanco

La muestra 'Idea: Pintura Fuerza' trata de exponer la transición de la pintura española en paralelo con la transición política

En el Palacio de Velázquez de Madrid, dentro del Retiro, se celebra ahora una exposición compuesta por media docena de pintores de una misma generación en torno a los 65 años: Miguel Ángel Campos (Madrid, 1948), Ferrán García Sevilla (Palma de Mallorca, 1949), Alfonso Albacete (Málaga, 1950), Navarro Baldeweg (Santander, 1939) y Manuel Quejido (Sevilla, 1946), todos ellos insignias de la transición artística entre los setenta y los primeros ochenta. Un “gozne” los llama el comisario, Armando Montesinos, y asombra, en efecto, cómo nos da una vuelta goz(n)osa esa visita apenas se traspasa la puerta.

El palacio de Velázquez, que proyectó Ricardo Velázquez Bosco y de ahí su nombre, es más que un holgado almacén de luz. Es como un depósito de claridad que cae cenitalmente desde cristales y estructuras de hierro. Luz a raudales y pintada de un blanco tan puro que nos hace soñar con tener los cuadros expuestos allí, entre un mar fulgente e inmaculado. Esta nave de Velázquez Bosco, que diseñó también el Palacio de Cristal y se inspiró, como corresponde a finales del XIX en el famoso Crystal Palace, donde en 1850 se había celebrado la primera Exposición Universal, fue después destinada a la Feria de Filipinas y, de nuevo, ese canto de isla (Azul tan blanco) ensalza el colorido de los lienzos.

‘Idea: Pintura fuerza’ muestra la transición pictórica española en paralelo a la transición política

La muestra lleva por título Idea: Pintura Fuerza y trata de exponer la transición de la pintura española en paralelo con la transición política que tanto se ha ensalzado estos días con la muerte de Adolfo Suárez. ¿Pero qué transición, no política sino plástica, es esta? Los pintores expuestos son buenos o muy buenos y varios de ellos (Navarro Baldeweg, Albacete, Campano) pueden compartirse más fácilmente (en mi caso) como el efecto emocional que lleva consigo y en estimulante silencio un caramelo de menta. Mentol mental de la creación de los pintores seleccionados y creación de la luz azucarada entre el celofán que aboveda el interior del edificio.

En esta pintura de transición, pintura meditada y abstracta, aunque acaso más parcialmente matissiana que americana, podrían aparecer también José María Sicilia (Madrid, 1954) o José Manuel Broto (Zaragoza, 1949) que, en esos primeros años ochenta, cuando ya terminaba UCD y llegaba el PSOE con ARCO bajo el brazo (1982), parecían símbolos de la misma y muy asombrosa innovación.

De modo que en la experiencia que ofrece el Palacio de Velázquez (hasta el 18 de mayo) pueden hallarse sabores y dulces de casi todo. El comisario de la exposición llega a decir que incluso puede rastrearse en estas obras influencias de la India o del Norte de África. Es así, pero lo más sobresaliente de estos pintores y sus allegados —allí ausentes— viene a ser el resultado de un trabajo serio y persistente cuya evolución les fue llevando desde años de plomo a lucientes años de un gozne (de acero).

¿Preparados para la democracia? ¿Preparados para una nueva estética? La recurrente pregunta de entonces —ya respondida de sobra— navega, viento en popa, sobre el mar blanco y rectangular del Palacio de Velázquez, que reproduce el sentimiento insólitamente optimista que cruzaba casi toda España hace ahora unos 35 años y del que, como un testimonio jubiloso, este acontecimiento hace memoria.

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