Falta esa gran película
Hacer una película sobre ETA está condicionado por el fanatismo 'abertzale' y por los inquisidores del antiterrorismo Por eso no se ha hecho un equivalente a 'The Boxer'
Suele contar el pionero del cine vasco, Ángel Amigo, que en 1981 cuando filmó La fuga de Segovia con Imanol Uribe y la participación de muchos expolimilis, el ministro de Interior, Juan José Rosón, que negociaba con Mario Onaindía la disolución de ETApm, facilitó su realización porque “si se dedican al cine no se dedican a otra cosa”. En 2001, siendo Mariano Rajoy ministro de Interior, nos confesó a varios periodistas que le había sorprendido la película Yoyes, de Helena Taberna, que narra con rigor el asesinato de la exdirigente de ETA militar por la banda. En esos 20 años cambió el tratamiento del cine sobre ETA. En las películas más relevantes de la Transición como El proceso de Burgos (1979), La fuga de Segovia (1981), ambas de Uribe, y Operación Ogro (1979), de Gillo Pontecorvo, trataba épicamente a una ETA enfrentada a la dictadura. La decisión de ETA militar de mantener el terrorismo contra la democracia cambió su tratamiento en el cine. Uribe, en su tercera película, La muerte de Mikel (1984), ataca al entorno etarra, con lo que se gana su hostilidad. No volverá a abordar ETA como denuncia. Y desde la Transición hasta 2000 predomina el silencio. Así, en la serie Goien kale de la televisión vasca, emitida esos años, ETA no ha existido.
Cuando la banda intensifica sus asesinatos contra civiles acaba el silencio y surge, sobre todo con el documental, la rotunda denuncia del terrorismo. Resultan relevantes, además de Yoyes, las dos primeras entregas de la trilogía de Elías Querejeta y Eterio Ortega sobre ETA: Asesinato en febrero (2001), que narra el crimen de Fernando Buesa y su escolta, y Perseguidos (2004), sobre la vida de dos concejales amenazados.
Al paralelismo entre cine y sociedad no le podía faltar el fanatismo político oportunista. La víctima fue Julio Medem. Su documental, La pelota vasca (2003) recibió la acusación de equidistancia —por dar voz a Arnaldo Otegi, junto a muchísimas personas que condenaban a ETA—, por los nuevos inquisidores que fijan lo correcto en la lucha contra el terrorismo. Jaleados por la ministra aznarista Pilar del Castillo, le sometieron a un sonrojante linchamiento. Los inquisidores no osaron hacer lo mismo —Aznar ya no gobernaba— cuando en 2001 Querejeta y Ortega abogaron en Al final del túnel por la convivencia, con el testimonio estremecedor de Kepa Pikabea, preso de ETA reinsertado de Nanclares.
El hecho es que por el condicionamiento del fanatismo abertzale, primero, y de los inquisidores del antiterrorismo, después, unido a que el cine sobre ETA es ruinoso, aún no se ha hecho esa gran película sobre el terrorismo vasco como The boxer sobre el de Irlanda del Norte.
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