El filósofo que iba al cine solo
Alfonso Cuarón, que compite por un Oscar por la película ‘Gravity’, quería ser astronauta hasta que su padre le regaló una cámara de vídeo
El 20 de julio de 1969 Alfonso Cuarón Orozco, de ocho años de edad, miraba desde el departamento de su familia en la ciudad de México a la oscura noche. Minutos después de las ocho había visto en una televisión blanco y negro a Jacobo Zabludovsky narrar la llegada de Neil Armstrong a la luna. Ese niño, que hoy tiene 52 años, triunfó como mejor director en los Oscar con Gravity, una película de astronautas que convenció a la crítica y arrasó en las taquillas de todo el mundo durante 2013.
“Este güey decía que quería ser astronauta”, dice Carlos Cuarón, hermano menor de Alfonso. En aquellos años había mucha información sobre la carrera espacial entre rusos y norteamericanos. “Había ido a Washington y había visto el Apolo. Estaba obsesionado con eso”, señala. Todo cambió pocos años después, cuando el padre de los niños, un científico centrado en la medicina nuclear, le obsequió una cámara Pentax en su cumpleaños número 12. Un año después, con su dinero, Cuarón compró una Minolta súper 8. “Nos volvió la vida insoportable a sus hermanos”, dice Carlos, que junto a sus otros dos hermanos, su madre y su nana fueron actores y protagonistas de decenas de cortometrajes caseros.
La casa de los Cuarón se encontraba en la calle de Tepeji, en la colonia Roma, un céntrico barrio de clase media de la ciudad de México. Nada queda ya de los cinco cines que había en la zona. Fueron reemplazados por edificios de viviendas o centros de espectáculos. Hacia finales de los setenta esas salas eran un refugio para Alfonso, un estudiante de escuela lasallista, que pasaba tardes enteras en las sesiones de permanencia voluntaria. Era un chico “tímido, que no se integraba mucho”, según Mariana Elizondo, su primera esposa.
A los 29 años vivía en Estados Unidos como muchos migrantes que viajan al norte en busca de una vida mejor
Las horas a oscuras frente a la pantalla tuvieron un efecto. A nadie sorprendió cuando anunció que quería estudiar cine. Cristina, su madre, química de profesión, le recomendó entrar a una carrera que le diera un título universitario. Eligió filosofía en la Universidad Nacional, una carrera popular en la familia. Dos de sus tíos son filósofos. Su madre ingresó a la facultad poco después. Alfonso solo estuvo un año ahí y comenzó a estudiar cine.
Una anécdota opaca su paso por la escuela de cine. Alfonso y su grupo de amigos, entre ellos Luis Estrada (El infierno, 2010), Carlos Marcovich y Emmanuel Lubezki, que también busca un Oscar por Gravity, filmaron un cortometraje en inglés. “En una de estas charlas que tenían a las tres de la mañana llegaron a la conclusión de que el cine mexicano es malo porque está en español”, dice Fernando Cámara, profesor del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) en ese entonces. El corto se envió al Festival de cine de La Habana. “Fue un escándalo. La gente se rasgaba las vestiduras”, recuerda Cámara. “‘A qué han llegado los mexicanos que filman en inglés. Están colonizados al máximo”, dijeron los cubanos. Los alumnos fueron expulsados de la escuela.
La última película que Cuarón y Lubezki filmaron en español es Y tu mamá también (2004). Mucho de lo que se puede ver ahí está inspirado en los años de juventud del propio Alfonso, cuando compartía una casa con más diez personas, “una mini comuna”, en el bohemio barrio de Coyoacán. Aurelio Asiain acondicionó la sala para vivir. Se iba a Madrid y dejó a Alfonso su espacio con todo y su pequeña biblioteca. “Me la devolvió íntegra excepto por un libro maravilloso: Los diálogos con Leucó, de Pavese”, comenta desde Japón el escritor. La casa, más que un sitio para leer y reflexionar era un centro de fiestas “tumultuosas e interminables”.
Asiain fue quien presentó a Cuarón con su primera esposa, Mariana Elizondo. Fue un amor joven y muy intenso. “Cuando la conoció la llevó de noche al Parque México, a jugar con los patos. Estaba encantada. Lo digo literalmente”, dice. El hechizo fue potente. Mariana, hija del escritor Salvador Elizondo, vivía en París, donde estudiaba clavecín. A bordo del avión que la llevaría de vuelta a Europa, Elizondo se dio cuenta de que no podía sacarse al joven cineasta de la cabeza. Antes de despegar dijo a las azafatas que debía de bajar. “Conocer a Alfonso era mi chance de volver a conectar con la tierra”, dice Mariana. Tenían 20 años cuando tuvieron a Jonás, guionista de Gravity.
Eran los primeros años de la década de los ochenta. México enfrentaba la enésima crisis económica que había cimbrado la vida de muchos, incluidos a los cineastas. En busca de estabilidad y con un hijo que alimentar Cuarón tomó un trabajo como burócrata en el Museo Nacional, en el centro de la ciudad. Fernando Cámara lo visitó un día. “Llegué a un rincón infecto donde había un güey en un escritorio con unos lápices. No pude parar de joderlo. Lo hice pomada. ‘Esta no es tu vida, ¿qué esperas aquí?’, le dije. ¿A que te den el sacapuntas de plata? Le dije salte, vamos a hacer cine”.
Cuarón siguió el consejo. Se aproximó a un amigo en común que estaba preparando un largometraje. José Luis García Agraz recuerda la insistencia para que le diera trabajo. “Estaba chingue y jode, chingue y jode. Quería que viera su película”, dice el director, un viejo amigo de Alfonso. Ante la insistencia se encerró en una pequeña sala a ver la cinta. Era sobre comportamiento de las tortugas. Y no era un documental. La proyección terminó.
-¿Qué tal?, preguntó un impaciente Cuarón.
-¿De qué se trata, mamón? ¿Cine alemán o qué? Esto hay que verlo con un librito que te lo explique. Y el guion…, mencionó García Agraz.
-No, es que lo hice sin guion, respondió el joven que estaba por cumplir 21 años.
El joven fue empleado como asistente de dirección en la producción de Nocaut (1984), un thriller. Era un momento precario para el cine mexicano donde la creatividad sustituía la falta de recursos. En la película la actriz Blanca Guerra interpretaba a una cantante de arrabal. “En una escena debía de cantar un bolero. No había dinero para pagar derechos de ninguna canción. Agraz le pidió a Alfonso que fuera al parque y escribiera una”, recuerda Cámara, que describe la cara de terror de Cuarón ante el encargo. Al final, lo logró.
Vivió en un coche. Los viáticos que teníamos en las películas se los mandábamos a él
Pasarían varios años antes de que Cuarón pudiera ponerse detrás de una cámara a dirigir un proyecto suyo. Durante algún tiempo estuvo trabajando, sin llamar mucha atención, para algunas producciones extranjeras que filmaban en México. También hizo programas culturales para la Secretaría de Educación Pública y teleseries para Televisa. En una década hizo casi todo lo que podía hacer un cineasta en México. La inquietud por moverse a otros lugares comenzó a crecer en él. Fue hasta la década de los noventa con Sólo con tu pareja (1991), una comedia que tuvo un gran éxito con la audiencia y la crítica escrita por su hermano Carlos, que vio una oportunidad clara. La película se presentó en el Festival de Toronto. A su regreso de Canadá los hermanos hicieron una parada en Los Ángeles. Alfonso nunca volvió a México.
El director de Children of Men (2006) ha dicho que se considera un migrante de lujo. Pero los primeros años en Estados Unidos carecieron de glamour. A los 29 años vivía, de hecho, como muchos mexicanos que viajan al norte en busca de una vida mejor. “Alfonso había quemado las naves. Se había peleado con la gente del IMCINE (instituto oficial que financia películas)”, dice Carlos, que acompañó a su hermano mayor algunos meses en California. “Fue un año muy duro”, recuerda. Carlos llegó con 250 dólares en la bolsa. Su hermano no solo no tenía dinero, tenía deudas. Sus amigos le habían prestado dinero para irse de México. “Recuerdo esa época. Vivió en un coche. Los viáticos que teníamos en las películas se los mandábamos a él”, señala García Agraz. “Vivían en un pinche cuartucho inmundo con una tele de 14 pulgadas blanco y negro y un coche que no servía de nada. A Alfonso le mandaban guiones para que diera su opinión y le pagaban 100 dólares y con eso iban al súper y compraban cualquier cosa”, dice Cámara. De esos años salieron trabajos poco edificantes como vídeos musicales para raperos de la costa oeste.
Hay un hombre clave que le auxilió a cambiar su suerte. Luis Mandoki ya había trabajado en México con Cuarón. “Me acuerdo cuando a veces se quedaba en mi casa. Éramos como mojados que nos apoyábamos mutuamente. Le prestaba mi casa y mi coche. Era muy padre tener un amigo allá porque Los Ángeles puede ser muy solitario”, cuenta desde California. Mandoki ya tenía contactos y cierto conocimiento de cómo funcionaba Hollywood. Le presentó a su agente, Steve Rabinov y a Anne Bancroft, que fue de las primeras personas en dar un espaldarazo público al mexicano. Después de hacer algunos capítulos para una serie de televisión que producía Sidney Pollack llegó a sus manos el guion de A Little Princess (1995). Con eso comenzó la carrera de Cuarón en Hollywood, una etapa que se ha coronado esta noche con la estatuilla a mejor director.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.