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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Contar mentiras

La mayor ridiculez estriba en sostener que no se puede bromear con el 23-F porque esa noche los españoles se jugaron las libertades. Precisamente el falso documental se caracteriza por carecer de límites

David Trueba

Más interesante que hablar del falso documental de Jordi Évole sobre la intentona de golpe del 23-F, sería hablar sobre las reacciones que ha generado. La urgencia opinativa, que es el elemento principal de las redes sociales, tiene la virtud de la inmediatez, pero el defecto de la irreflexión. Y una opinión, para ser útil, tendría que venir algo macerada. Las redes sociales son estupendas para transmitir situaciones, sucesos, pero no para analizar sus consecuencias. Gran parte de la indignación que provocó Operación Palace proviene de quienes se sintieron víctimas de un engaño. Con el tiempo, celebrarán la emisión, puesto que fueron sus espectadores ideales.

La mayor ridiculez estriba en sostener que no se puede bromear con el 23-F porque esa noche los españoles se jugaron las libertades. Precisamente el falso documental, como el chiste, son géneros que, te gusten o no, se caracterizan por carecer de límites. Quien les exige esos límites pervierte su función y se convierte en un censor. Se le puede reprochar al programa que no fuera más brillante en la elaboración de su mentira, que levantara un aparato de falsedad más indescifrable, pero sostener que Évole pierde para el futuro la credibilidad periodística es tan disparatado como acusar de malos padres a quienes cantamos aquel Vamos a contar mentiras, tralalá a nuestros hijos.

Al acabar el programa de Évole, Iker Jiménez dio voz en Cuatro a las habituales teorías conspirativas sobre el 23-F. Son legión quienes expresan sus reticencias con marchamo de periodismo serio, investigación profunda y análisis de señales tanto conscientes como subconscientes. Si alguien tiene ganas de tomarse en serio el 23-F debería indignarse por esa cantinela, habitual en cada aniversario del golpe, que crece y crece sin unos mínimos de rigor y bien lejos de la maravillosa salud mental que propone lo confesadamente falso. Sostener que José Luis Garci puso en escena el asalto al Parlamento en 1981 y que por ello fue premiado con el Oscar dos años después, y no en 1982 como sostiene Wikipedia en otro de sus miles de errores, es un guiño a la construcción de nuestro país, infinitamente más ambicioso que todas las reacciones airadas, las apropiaciones de la verdad y las versiones iluminadas que llevamos 33 años padeciendo.

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