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crítica de 'al encuentro de mr. banks'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Con un poco de azúcar

El proyecto, nacido fuera del estudio Disney, ha sido posible por su complicidad, y cuenta con un descompensado duelo interpretativo

Emma Thompson y Tom Hanks, en un tiovivo en Disneylandia.
Emma Thompson y Tom Hanks, en un tiovivo en Disneylandia.

“Era una bruja”, afirma el compositor Robert Sherman en el documental The Boys. The Sherman Brother’s story (2009) al recordar a P. L. Travers, autora de la serie de ocho novelas infantiles que inspiraron Mary Poppins (1964), obra maestra en la etapa Disney de Robert Stevenson y uno de los más rotundos éxitos del estudio. “Tendremos que arremangarnos y ajustar cuentas”, rememora Sherman que le soltó Travers al propio Disney a la salida del estreno. Al encuentro de Mr. Banks cuenta una versión sensiblemente diferente de la historia, con clímax catártico-lacrimal incluido. Con Tom Hanks y Emma Thompson en un descompensado duelo interpretativo —la helada ferocidad de ella, en modo bruja Disney, es más agradecida—, la película documenta, aplicando la fórmula Poppins de servir un trago amargo con un poco de azúcar, el viaje a California de la escritora para negociar la cesión de derechos de su personaje, culminación de un proceso de cortejo profesional que se prolongó veinte años.

AL ENCUENTRO DE MR. BANKS

Dirección: John Lee Hancock.

Intérpretes: Emma Thompson, Tom Hanks, Colin Farrell, Paul Giamatti, Annie Rose Buckley, Kathy Baker.

Género: drama. Estados Unidos, 2013.

Duración: 125 minutos.

El proyecto, nacido fuera del estudio Disney, ha sido posible gracias a la complicidad final del mismo, que, últimamente, parece dispuesto a contar sus interioridades a través de documentales como el citado sobre los Sherman, Walt & El Grupo (2008) o Waking Sleeping Beauty (2009). El perfil de P. L. Travers —de quien se omite su bisexualidad, su obsesión patológica por George Gurdjieff y su tormentosa relación con su hijo adoptivo— no está menos suavizado que el del propio Disney, pero esta película tan elegante como aparentemente trivial acaba, de modo inesperado, diciendo cosas de peso: las primeras piedras para levantar Disneylandia y el universo literario de la Travers fueron los cráneos de los padres terribles de sus respectivos creadores.

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