Una de romanos
El 'peplum', que así se llama a este género, es casi tan viejo como el propio cine y se ha mantenido vivo hasta nuestros días
Ya lo decía Joaquín Sabina en una de sus canciones más populares: “A la sombra de un cine de verano, siempre daban una de romanos”. Es cierto, las películas sobre el mundo antiguo y más concretamente sobre la historia de Grecia, Roma o sobre su mitología eran fijas en las programaciones de los cines estivales excitando sobremanera la imaginación de chicos y grandes.
El peplum, que así se llama a este género, es casi tan viejo como el propio cine y, aunque con altibajos, se ha mantenido vivo hasta nuestros días. Desde Cabiria, de Giovanni Pastrone en 1914, ambientada en Roma durante la segunda guerra Púnica, hasta Gladiator, de Ridley Scott, Troya de Wolfgang Petersen, Alejandro Magno, de Oliver Stone, o más recientemente la nueva versión de Furia de titanes, de Louis Leterrier, casi todas las películas de romanos ofrecen al espectador una enorme espectacularidad. En ellas encontramos grandes y ricos decorados que intentan reflejar el esplendor perdido de ese glorioso pasado; batallas llenas de extras; peleas de gladiadores o emocionantes carreras de cuadrigas en la arena del circo. Hay asimismo una calculada sensualidad y erotismo. El cine de romanos está lleno de torsos de hombres desnudos o cubiertos de férreas corazas marcando pectorales; telas finas y transparentes que dejan ver los hombros o parte de la espalda de las mujeres.
Pero las de romanos son también películas que hacen que el espectador reflexione sobre la condición humana. Espartaco, de Stanley Kubrick, habla del innato deseo de libertad que poseemos los hombres, de la lucha contra la injusticia y la esclavitud. Julio César, de Joseph L. Mankiewicz, basada en la obra de William Shakespeare, trata de la ambición por conseguir el poder, la lealtad y la traición y de los principios morales que deben de regir la vida pública. Ágora, de Alejandro Amenábar, habla de la pasión por saber, del papel de la mujer en la antigüedad y la intransigencia religiosa. En títulos como Quo Vadis, La túnica sagrada o Ben-Hur vemos, por su parte, el nacimiento del cristianismo como religión.
El cine de romanos no es únicamente sinónimo de aventuras. También de humor, como podemos ver en La vida de Brian, de los Monty Phyton; de cine erótico, como el Calígula, de Tinto Brass, o incluso del musical, ahí tenemos, sin ir más lejos, Golfus de Roma, de Richard Lester.
Y aunque muchos de estos títulos estén trufados de falsedades, de anacronismos y licencias puramente cinematográficas, gracias a estos títulos podemos recorrer la fascinante Historia de Roma. Asistimos a la fundación de la ciudad en Rómulo y Remo, de Sergio Corbucci; al fin de la República y la dictadura de Julio César en Cleopatra, de Joseph L. Mankiewicz; a los excesos del Imperio en Quo Vadis, de Mervin LeRoy, y ya su decadencia y fin en La caída del imperio romano, de Anthony Mann.
En la canción, Joaquín Sabina canta que en aquellas sesiones veraniegas atendía solo de reojo a lo que ocurría en la pantalla y que veía a un león devorando a un cristiano mientras él estaba ocupado en determinados “juegos de manos”, sin duda también muy interesantes. Pero finaliza afirmando que su afición por el género (y, por supuesto, por los juegos de manos) continuó hasta terminar, reconociendo en la última estrofa que “hoy con el video para ver contigo me alquilo una de romanos”. Y es lo que tiene el peplum, que crea afición.
Babelia
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